viernes, 9 de julio de 2010

Atracón bicicletero

Era un día como cualquier otro. Pero era otro día.
Salió de su casa con la bici desinflada, pero con suficiente aire como para pasar por la estación más cercana e inflarla para pedalear con menos esfuerzo, menos ruido y una seguridad de estar haciendo lo correcto con su compañera de ruta. Recordó por un instante todo lo que recorrió con ella, la cantidad de km que habían transitado juntos, la cantidad de imágenes que habían visto juntos, la cantidad de películas realistas que habían compartido. Se sintió feliz por un instante, se sintió pleno, lleno de movimiento, de ese movimiento que ella le da. Llegó a la estación, le puso 29 lb/inch2, se mojó un poco con el auto gris que se estaba lavando con esos peluches gigantes que giran a toda máquina salpicando jabón y recordó las veces que había vivido un lavado de auto desde adentro. Recordó haberlo hecho con su padre, como algo emocionante. Le conmovió recordar la intensidad con la que vivía esos paseos de niño, sentirse atrapado por ese monstruo peludo lleno de jabón, sentirse atacado a través del vidrio, y seguir conversando normalmente, porque estaba protegido, dentro de un auto, a puertas cerradas, con su padre y además estaba seguro que ese monstruo no era tan agresivo como para abrirle las puertas y meter jabón hacia adentro. También estaba seguro que ese peluche gigante tenía su rutina y hacía su labor en forma metódica, que no estaba para perder el tiempo con sobresaltos emocionales del momento, haría lo que correspondía.
Con bici a pleno aire, sintió que sus ruedas explotaban de aire, completamente llenas, podía ver cuánto más fácil era pedalear de esa manera. Eso sí, los pozos ahora se sentían con menos amortiguación, pues algún precio había que pagar, luego pensó que era justo, que no sería lo mismo si fuera a costas de nada.
Pedaleó rumbo a su trabajo, a sus obligaciones, y se encontró con una ciudad distinta. Sintió que era tiempo de recorrer. Entraba a las 8 30am a trabajar y ya estaba montado en su birrodado, con vestimenta formal, la misma que había usado para la entrevista que había logrado que estuviera trabajando donde estaba. Saco y pantalón oscuros, camisa blanca pero sin corbata como para mantener un estilo. Palillos en los pantalones para no romper su vestimenta con la cadena y zapatos con cordones amigables para bicicletas. Todo eso, pero sintió unas ganas infrenables de pedalear, era viernes y sentía que era libre, que podía volar. Sintió que quería seguir pedaleando, entonces llegó al trabajo, frenó, habló con su jefe, explicó lo que sentía y que debía seguir pedaleando. Su jefe comprendió completamente y le agregó que no parara hasta que no sintiera que debía hacerlo, que esas cosas sólo pasan pocas veces en la vida y que él se sentía orgulloso de tener empleados así de emprendedores. Aliviado volvió a su bicicleta, que ahora estaba más bella que nunca, la miró fijamente y se subió como queriendo llevarse el mundo por delante. Enseguida alcanzó una velocidad impensada, pasó a varios autos que iban apurados a sus puestos de trabajo y los saludó desinteresadamente, logró una armonía que hasta entonces no había sentido. Logró una mancomunión con la urbe, con los parques y prontó se dio cuenta que estaba saliendo de la ciudad, alcanzando la ruta y pronto ya había hecho decenas de km. Cuando quiso acordar su saco estaba al viento gozando de una libertad intensa, volando a capa abierta, dispuesto a todo, completamente entregado al destino, sus ojos se cerraron y seguía en ese estado bicicletero cuasi tántrico. Pronto se dio cuenta que podía hacer algo grande, se dio cuenta que eso lo había querido hacer hace tiempo pero que no lo había sabido con tanta certeza hasta ese mismo momento, y que de haberse dado cuenta lo habría hecho mucho antes. Sus ojos lloraban por el aire del viento frío. Sus lágrimas caían y no era de emoción, simplemente por una cuestión física, no emocional. Pero eso lo emocionó, se mimetizó con su llanto desinteresado y pronto estaba llorando con verdadera emoción. No estaba seguro que era eso, pero era algo genial. Siguió pedaleando y cuando quiso recordar ya iba casi un día de pedaleo constante, con algunos picos de velocidad pero en general a tramo constante. Se dio cuenta que no sentía hambre, tampoco ganas de ir al baño, y menos deseo de hablar, porque iba conectado con la vida, cantando y escuchándose pero sin escuchar el entorno, como siendo protagonista y silueta al mismo tiempo. Pronto se cumplieron los dos días y seguía así, sin parar, pedaleando, sin sed, sin hambre, sin cansancio, y sin ganas de frenar, con toda las energías del primer momento, del primer instante, desde aquella estación, pues ya lo sentía lejano, pues había sido hacía mucho, hacía ya dos días atrás, de intenso pedaleo. Sentía que había crecido en ese tiempo, había pensado mucho encima de su bici, había llegado a conclusiones asombrosas sobre la metafísica y los deseos del hombre, había entendido el porqué del comienzo del universo y había entendido por qué era necesario entregarse a los demás y vivir intensamente.
Siguió pedaleando, siguió por semanas, por meses y pronto se dio cuenta que había atravesado dos países y que seguía con ganas de pedalear, seguía con la misma intensidad del primer día. Para su mala suerte se topó con una gran ciudad, por allá entre las montañas, y después de tanto tiempo se dio cuenta que estaba nuevamente en una urbe y que no era la suya, se sintió raro.
Tuvo que frenar. Un semáforo. Frenó. Pensó que se pondría peor de lo que se puso, pero fue duro. Tuvo que frenar, y no estaba bueno frenar, fue un golpe duro para lo que venía haciendo, era un problema al que se debía enfrentar con toda madurez, con inteligencia y cautela. Pronto se dio cuenta que si respiraba profundo se calmaba, que su cabeza no daría las vueltas que estaba dando y lo hizo. Se calmó. Sintió que a lo mejor cuando el semáforo cambiara, no sentiría ganas de pedalear nuevamente y eso lo aterrorizó, se sintió disminuido, sin fuerzas. Esperó y la luz cambió, se preparó, tomó fuerte el manubrio, hizo presión sobre el pedal, pero los autos no se movieron, miró a su costado y tenía autos, hacia atrás y más autos, hacia adelante y más autos, miró el suelo y estaba sucio, miró el cielo y estaba alto, inalcansable, pero hermoso, lleno de vida, pero volvió su mirada a la urbe y se dio cuenta que estaba atrapado, que había autos por todos lados y que había tantos y tan juntos que no había espacio ni siquiera para pasar por los costados y escabullirse. Se dio cuenta que estaba preso, que no podía salir y sintió que era su fin. Esperó un rato, y las luces del semáforo cambiaban pero los autos no se movían, parecían ajenos a sus cambios. Se sintió preso, no se podía mover, sintió que tenía el cinturón de su pantalón muy ajustado y decidió aflojarlo un poco. Sintió que tenía que desabrochar un botón más de esa camisa y que los cordones podían estar menos tensos. Se distendió y se resignó a esperar. Estaba dispuesto a morir. Pero como sin darse cuenta tuvo un impuslo de querer resovler la cuestión. Luego de un buen tiempo sin hablar con nadie decidió armarse de valor y tratar de resolver el enigma que estaba frente a sus ojos. Preguntó a uno de los autos de al lado, uno de los tantos autos, y el conductor le respondió con tono soberbio, y al mismo tiempo de enojo que esto era moneda corriente en su país y que si tenía acento de otra parte que se fuera. Decidió averiguar más sobre el tema pero esta vez con alguien con un poco más de voluntad. Le preguntó a otro y éste le contestó tranquilamente, sin apuros y sin enojo. Le explicó que eso sucedía normalemente y que la última vez había durado dos meses de embotellamiento permanente. Le preguntó de dónde venía y el señor de la bici no quiso contestar, pensó que sería muy largo y que no tendría tiempo. El destino le demostraría que estaba equivocado, pues al cabo de 13 días seguía ahí, en el mismo lugar, exactamente en la misma situación y hasta pensando de la misma forma, completamente incambiado. Ahora había recuperado el apetito y quienes lo rodeaban lo invitaban a festines nocturnos con grandes comidas y bebida. Pronto comenzó a sentirse a gusto con la comunidad del embotellamiento y creyó que podría vivir allí para siempre. Le contaron que mucha gente busca "embotellarse", pues así la pasa bien, disfruta y conoce gente. Pensó por un instante que podría ser una buena vida pero no en forma permanente, que sería bueno conocer, pero no perpetuar. Luego de conocer las ventajas de esta comunidad se sintió nuevamente dispuesto a salir, ya estaba pronto. Habían pasado 34 días y estaba pronto para salir de allí. Comenzó a movilizar a la gente. Enseguida se dio cuenta de sus cualidades de liderazgo en situaciones adversas y pensó que al volver le contaría esto a su jefe, creyó que se sentiría orgulloso y que a lo mejor podría merecer un ascenso por ello. Pensó en qué detalles remarcarle en el momento de contarle y ya había encontrado cuáles serían los determinantes para demostrar su valentía y su disposición a trabajar en equipo. Logró movilizar unos 3oo autos en pocas horas y se dio cuenta de su poder voluntad. Se puso en contacto con gente de otras provincias, que también estaban embotelladas, pero más adelante, y logró movilizar ahora en forma masiva, regional y con intensiones de llegar lejos. Prontó se dio cuenta que era algo más complejo de lo que creía. Se dio cuenta que no sería tan fácil. Que no era su país y que no era justo, pensó, que alguien de afuera viniera a decirles cómo hacer las cosas. Pensó que no le gustaría que lo hiciera alguien si llegara a su país y creyó que debía actuar de la misma manera. Además, estaba seguro que su jefe le hubiera aconsejado lo mismo, que mantuviera la calma. Pronto se resignó a la lucha y estaba dispuesto al fin. Ya no podía pedalear, ya no tenía sentido nada. Su saco ya no gozaba de la libertad que pretendía y el viento ya no era testigo de sus emociones. Estaba dispuesto a todo, pero no a dejar de pedalear. Su fin, estaba claro, había llegado.
Se desplomó en el pavimento, murió luego de un infarto y de la conmoción que generó su muerte en sus alrededores, en los miles de autos, el embotellamiento se desvaneció, convirtiéndose así en el primer mártir extranjero de aquélla república, gozando hasta el día de hoy de un busto de bronce con su bicileta y su saco, sus pantalones y sus palillos.
Descanse en paz, ya pedaleó bastante.

4 comentarios:

  1. muy bueno biicletero, espero no terminar así!!

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  2. Atracón bicicletero o Julio Cortázar recargado (2010 edition), visión birrodado siglo XXI de la obra del maestro argentino.
    Felicitaciones al eximio integrante de la estirpe del León de Carmelo (Atilio François)

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  3. "Conozco un amigo que escribe lindo, pero dsitinto, le cuento"


    q lindo.


    genial.

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