lunes, 27 de septiembre de 2010

Revolución del Pedal

-Común, por favor
Resoplido
-Pa, disculpá, pero sabés que más chico no tengo
-Se nota que estamos bien eh...
-Cómo?-dijo un poco desconcertado. Sabía que hay guardas que no se caracterizan por su plena convicción de ofrecer un buen transporte a la comunidad y sabía que tenía que ser paciente, que el guarda seguramente venía de una jornada larga de trabajo con mucho tránsito y que tenía que tener cierta cintura, pero ese nivel de violencia lo desconcertó.
-Cómo te vas a subir a un ómnibus con $200, se nota que problemas económicos no tenés.
-Qué? Pero qué tiene que ver?- ya le parecía un tanto violento demás y decidió tomar una postura un poco más firme, no vaya a ser que por ser paciente le vaya a dar un metrito demás y se crea que hace bien en sermonear a un pasajero por tal motivo.
-Y sí, te subís con 200 mangos, se ve que estás muy bien.-dijo con más fuerza, con cierto nerviosismo y escupiendo un poco sobre el parabrisa, manifestando su desacuerdo al mismo tiempo que miraba por el retrovisor.
-Acaso hay alguna relación entre pagar un boleto con $200 y "estar muy bien económicamente"? Y si estuviera "muy bien económicamente", acaso eso estaría mal?
-Tomá, acá tenés. - 16 monedas de cinco, 1 de dos y 1 de uno fue su vuelto.

Acaso cuando uno compra un litro de leche en un almacén (apenas unos pocos pesos más barato que el boleto), a uno lo miran con mala cara como si estuviera pagando con un cheque de US$1 000 000? No es $17 un precio ya razonable para que uno esté en situación de pagar con $200 sin que haya regaño? O será que pagar con $200 un boleto de ómnibus es un gesto de ostentación que todavía no logro de entender? El humor de los guardas hay veces que supera cualquier tipo de ejercicio de empatía.
Hay algo que no hay duda y es que todos los caminos conducen a la bicicleta, viva el grito por el pedal, la libertad de las bajadas y el buen humor del viento en la frente que solo se tiene pedaleando.


jueves, 16 de septiembre de 2010

Puffffffffff

Puffffffffff
No se pinchó, explotó. Iba a velocidad moto, por la rambla, degustando la costa con música rica y buen volumen, conectado con algo especial, viviendo un momento feliz de movimiento y armonía, de brisa y de horizonte, de estrellas y mar...
Hasta que Pufffffffffff
y luego
Psssssssssss
y luego
tac, tac, tac, tac......... tac......... tac............... tac..................... tac,.............................................. tac de la válvula que pega contra el piso y levanta la rueda cada vuelta y cada vuelta cada vez más lenta, y se detiene desilusionada, desinflada, pinchada, explotada, completamente agotada, diciendo basta.
Luego de eso....
La re puuuu...........
y la frustración que sólo un buen bicicletero sabe entender.
Y luego, el optimismo y la estoicidad que buscan gobernar la situación, como para calmar y que no panda el cúnico. Pues a disfrutar de la rambla caminando, con bici pinchada en mano y cambiando la música acorde al paso humano, a ver las cosas con mayor detalle y ver las cosas con otro movimiento.

Pd. esa foto es Harlem.

sábado, 11 de septiembre de 2010

NO hay más cerveza

Vengo en el ómnibus en uno de los momentos más místicos de la semana. Aunque no quiera, siempre es así. Es el momento en el que freno y puedo pensar un poco. Es cuando vuelvo de Manga, en un ómnibus de trayecto largo que me permite observar a la gente que sube y baja, me permite ver diferentes partes de Montevideo. Voy viendo cómo va cambiando la gente que entra y sale del ómnibus, los destinos y sus motivos de viaje: los que trabajan, los que van de paseo, los que van de fiesta y los que van a visitar a algún familiar. Voy viendo cómo la ciudad pasa frente a mis ojos, cómo las calles van mejorando en la medida que me acerco al centro, cómo el sol termina de caer anunciando el fin de un día que sirvió para frenar la vorágine y para mejorar un poco un barrio. Veo todo eso mientras mi cabeza tiene un murmullo de historias recién escuchadas. Trato de pensar en algo pero las distintas historias entran en mi cabeza y trato de dar una explicación. Historias de vida recién contadas, recién puestas en palabras, algunas de ellas por primera vez exteriorizadas, frente a un extraño, que parece de confianza y que parece, también, que en algo puede ayudar. No están seguros, pero me doy cuenta que algo de seguridad ese extraño transmite, porque veo cómo existe un depósito de esperanza en que las cosas puedan cambiar.

El estado de mis pensamientos, situado en lo anterior mencionado, no está del todo contextualizado para lo que está por venir. Me bajo en la parada de Berro, como para escuchar de pasada alguna melodía atractiva, como para anunciar que es sábado y que el Tartamudo está por dar comienzo a sus acordes. Logro escuchar algún saxo y alguna que otra trompeta, pero no es jazz, me doy cuenta que no es en vivo y me quedo pensando en qué puede ser. Miro el cartel de quiénes estarán este mes. Pero en mis orejas se me cuela entre las trompetas una guitarra eléctrica que no está de acuerdo con el resto, discute con el saxo y parece que viniera de otro lado. Sigo caminando, alejándome del Tartamudo y de su música instrumental y veo cómo pequeños grupos de gente, con camperas de cuero, pelos largos, tatuajes en cantidad y cervezas en mano, van de un lado a otro. Sigo marcha y veo que los peludos van en aumento, que los rulos tirabuzón son multitud y que el volumen del heavy metal de la Plaza de la Bandera está por estallar los vidrios del viejo Santini, el vecino arquitecto, el meticuloso de los artefactos. Imagino sus lentes, su ceño fruncido con cara de queja y su señora con voz calma, tratando de tranquilizarlo, como "comprendiendo la expresión artística de estos jóvenes chaqueta-negra."
Voy al almacén de la esquina, a comprar alguna cosa, y me sorprende un cartel improvisado en lapicera bic: "NO HAY MÁS CERVEZA".
Detrás de mí, hay una de las tantas barritas de peludos tirabuzón, con remeras de "La sangre de Veronika", que se sorprenden casi al unísono, al igual que yo, y uno exclama:
"Y bue, habrá que achicar con aglún vinito, entonces".
Entro y veo una fila interminable de chaqueta-negras con vinos rosados, tintos, alguna grapa miel, y algún tabaco para armar. Nada de mermelada para el viejo Santini, ni yerba para su señora. Simplemente lo necesario para digerir el toque de la plaza, al que me arrimo y me sumerjo entre la multitud, accediendo al mismísimo centro del pleno pogo, con bolsa de almacén y entre todos los rulos y barbas y piercings y lenguas cortadas a la mitad.
Termina mi curiosidad, aunque pudiera quedarme un rato más entre tanta ropa negra aportando un poco de color, pero sabiendo que cumplí con esa necesidad de mezclarme en ese tumulto, cruzo la calle y veo que vuelvo a mi barrio, por tan solo unos pocos metros, donde veo que el señor mayor que duerme en la esquina de mi casa está ahí, sentado, escuchando música metal, quizá pensando que cuando él nació eso no existía y que hoy dormirá sin la radio.


martes, 7 de septiembre de 2010

Sol de setiembre desde adentro

Lentamente el sol va cayendo en el horizonte. Un hormiguero de personas cargando palas, martillos, cintas métricas y mangueras niveladoras se va escurriendo por entre las calles. De todos los pasajes van grupos de personas que van charlando, algunos más alegres, otros más pensativos, unos con esperanza y otros con impotencia y desazón.

En el barrio veo cómo también existen sentimientos bien diversos. Algunos van cerrando las puertas de sus casas rápidamente luego de un día de trabajo, y con cierta ansiedad van aprontando todo para el día siguiente. Otros se detienen para observar en detalle el estado en el que está su terreno, pensando en el día que está terminando e imaginando cómo será mañana. Observan ese hormiguero y piensan, vaya uno a saber qué.

Entro a su casa y sé que no me ven. Estoy frente a ellos pero no lo saben. Los escucho hablar, respirar, los veo moverse y mirarse. Siento su presencia pero ellos no la mía. Me encuentro de repente en una escena que parece cotidiana pero no lo es, pues hoy estuvieron en el barrio un grupo de personas que por lo general no están. Podría ser un sábado más, pero sin embargo hay un aire en el ambiente que hace notar que es diferente.

Vero se termina de tomar ese mate lavado y le comenta a Peco, su pareja, que tiene ganas de empezar a vender ropa en la feria de los domingos después de los partidos de fútbol de Agustín. Le comenta que Agus podría ser de gran ayuda. Peco, pensativo, como absorbido en su pensamientos, le contesta con un “si” que no dice mucho. Ella sigue proyectando su negocio y enseguida imagina todo lo que puede llegar a ser bueno como para vender y así tratar de sacar la familia adelante. Vero sigue hablando, comentándole sobre las estrategias que tiene pensado adoptar, la gente que va a contactar pero ve que Peco le está prestando poca atención.

Peco trata de seguir la conversación pero su cabeza está situada en otro lado, en cómo se ve a sí mismo después del día de hoy. Recuerda cómo estaba hasta hace unas horas, hoy bien temprano en la mañana, antes de comenzar a construir y se ve distinto, siente que ahora está con más fuerzas, con más empuje y piensa por un instante cuánto quisiera que esa sensación permaneciera para poder encarar los desafíos que tiene como padre de familia de un asentamiento. Anhela por un instante lo bien que le haría sentirse con esas fuerzas y con esa motivación para poder transmitirla en su familia y en su barrio. Se siente pleno y lleno de coraje, porque está dispuesto a entregarlo todo, todo por pisar firme fuera del barro y decir presente haciéndose su lugar y el de su familia en este mundo.

Veo que Vero sigue charlando y veo también que mientras habla también piensa, pero piensa de otro modo. Es una mujer más práctica y los discursos impulsivos nunca le han caído muy bien. Aún tiene cierta desconfianza con todo lo que le está pasando. También cree que lo que sucedió hoy en el barrio es algo que puede llegar a generar cambios, pero está segura que ella tiene que seguir adelante con sus ideas porque esa es la verdadera manera con la que puede lograr algún cambio para sus hijos. No está muy convencida que lo que sucedió hoy en el barrio sea algo de lo que aferrarse, porque en definitiva es algo diferente y las cosas diferentes pasan pocas veces. Ella cree en su familia, en sus hijos y en su barrio. Siempre que puede busca apoyarse con los vecinos. Por supuesto no con todos es fácil, porque no todos piensan ni hacen igual, pero está convencida que para logar cambios más profundos tiene que trabajar en conjunto con sus vecinos. Por eso opta por afirmarse sobre lo seguro, sobre su realidad, sobre el día a día y tomar esto que está sucediendo hoy como un empujón pero con cautela, no vaya a ser que por pensar que la salida está ahí uno se vaya a tropezar de la emoción y nunca terminar de salir.

Ahora veo que entra alguien más, Franco, el cuñado de Peco, hermano de Vero, que acaba de terminar de fumarse el cigarrillo. Todavía con olor a humo en el cuerpo, entra a la casa mirando al piso, con cara vacía y sintiendo cómo las miradas de los demás le pesan en las espaldas.

Vero lo mira fijo, diciéndolo todo sin siquiera abrir la boca. Él se da cuenta, pero simula no percatarse para poder seguir como lo ha hecho los últimos tiempos. Vero siente rabia y en el fondo él también. A Vero le duele por ella, por su sacrificio, pero también le duele por él. Hace 7 meses que vive con su hermana y está sin trabajar. Vero le consiguió una changa a través de su patrona pero la terminó dejando. Varias veces lo acompañó a buscar trabajo, pero él, pareciera no estar interesado en nada. Vero trabaja 14 horas por día de lunes a viernes y hace unas semanas que le está dando una mano a su patrona con la cantina del club los sábados hasta el mediodía para tener algún ingreso más. Franco sabe todo esto, pero trata de no saberlo para dejar de ver lo que está pasando.

Enseguida Peco le comenta a Vero algo sobre lo que habían conversado la noche anterior. Él le dice que ella tenía razón y ella le contesta que ya sabía que los voluntarios venían a trabajar porque tiene una compañera en la cantina que vive en una de las cabañas en su barrio. Peco le repite que se sorprendió que hicieran pozo sin chistar, (aunque a alguno le falte práctica quizá), que conversaran naturalmente y que se sintió muy bien compartiendo un plato de comida con esa gente. De hecho Peco se sorprendió a sí mismo, hombre de no muchas palabras, conversando sobre su vida, sobre sus tiempos de joven, sobre sus hermanos y sobre su visión de la vida y de la política, con gente que no conocía prácticamente. Pensó que seguramente sea más sencillo hablar estas cosas con gente que uno no conoce tanto, pero de todas maneras lo había conversado con alguien y eso ya era un comienzo.

Quedan todos en silencio Vero, Franco, Agus y Nati, la beba de 3 meses que cada tanto bosteza como para decir presente en esta noche de setiembre. Luego de ese espacio sin sonidos, Peco mira a Vero y le comenta que cuando terminen la casa, va a salir a buscar bloques para hacer una piecita para los nenes, que el Agus ya está en edad de dormir en un lugar para él y que Nati pronto va a pasar a dormir aparte también, que pronto van a necesitar tener más espacio. Vero sonríe y le da un beso. Le dice al oído que primero hay que dormir bien para mañana, para estar bien fuertes para seguir con la casa y que mañana de noche hablarán sobre el tema.