martes, 14 de diciembre de 2010

Falso Vivo

Me levanté pensando, que a lo mejor, ese presentimiento era cierto. Quizá, si mi instinto no estaba fallando, la sentencia sería lo que creía: Cacho Bochinche no era en vivo.
Prendí la tele y comencé a buscar elementos que pudieran asegurar algo, ya fuera a favor o en contra de mi postura, a la que por motivo alguno, no científicamente demostrado, sino más bien por una cuestión sentimental, era la postura que no elegía con toda seguridad, pero que en caso de ser necesario, en caso de tener que arriesgar, en caso de tener que tomar una decisión sin marcha atrás, sería la que elegiría.
En resumen, Cacho era un presunto tramposo y eso había que derribarlo o por el contrario apoyarlo y en este último caso, hacer de este hecho un motivo de lucha y denuncia.
Luego de varios minutos, llegué a la conclusión que Cacho Bochinche no era en vivo, sino que era grabado, más aún, grabado en los años 80´. Estaba claro, hasta a los payasos los atropeya el estilo de la moda y es fácil diferenciar un payaso de los años 60´de uno de los años 80´o de la década de los 2000.
Esto traía muchas implicancias. Esos niños no eran niños (hoy). Sino más bien, fueron niños en el momento del "falso vivo" (como todos lo fuimos en algún momento) y ahora seguramente sean mayores que yo, y ya ni rastro tengan de los regalos que recibieron de las empresas de la época por aquél juego ganado o perdido. Seguramente sus padres, que parecen jóvenes muchachos, hoy tengan varias décadas más y todo lo que los años traen además de la experiencia.
Luego de haberlo comprobado, hago difusión de los resultados y hago pública la denuncia: esos niños ya no lo son, ya no corretean ni se hacen pis de risa, sino por el contrario, lo están haciendo sus hijos por ellos, mientras ven a sus padres en esa caja luminosa, congelados y atrapados herméticamente en una cinta que quedó tirada en algún rincón de la calle Enriqueta Compte y Riqué.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Il grande starnuto

Era primavera, eso seguro, pero fue hace años. Seguro primavera porque había pelusita, de la de los plátanos montevideanos y esa pelusita fue la que desencadenó todo. Esa pelusita fue el maldito aleteo de mariposa que causó ese desbunde de reacción en cadena.
Iba en su mosquito a motor, eludiendo pozos e irregularidades intensas de la calzada que se hacían sentir hasta la tripa y el coxis, revolvían en cada golpe el almuerzo recién ingresado y hacían tartamudear al motor que con dignidad se preparaba, tomaba aire y dejaba todo su esfuerzo en la subida, terminaba boquiabierto, de lengua afuera y con saliva seca, jadeante pero triunfador, llegando a la cima y festejando la hazaña de haber superado esa subida que de primera vista era infinita e insoportable hasta para un mosquito de los buenos. Superaba un obstáculo tras otro y se paseaba con una cadencia agradable a la vista, irradiando en su entorno una suerte de optimismo placentero, y en definitiva, de movimiento y felicidad.

Ella estaba en su árbol, deshaciéndose de ansiedad por salir y actuar, por salirse de su hogar y hacerse de sus primeros intentos. Era una pelusita adolescente, que nunca se había animado a salir de su plátano. Se estaba preparando para el arrebato hacía tiempo, día tras día tomaba lecciones experimentales sobre cómo hacer para que su intento (con altas probabilidades de ser único), fuera exitoso. Veía cómo otras pelusitas agredían a transeúntes y los dejaban llorando, estornudando y con una suerte de picazón insaciable, que hasta las uñas de un buen guitarrista podrían ser insuficientes para calmar su histeria sobre la piel. Había visto toda una generación de jóvenes polens hacer estragos en los rostros citadinos. Había aprendido de grandes maestros, y estaba claro que estaba lista para salir y hacer historia.

Dejando al lector en pie de igualdad en cuanto al conocimiento sobre la vida previa de ambas partes, podemos proceder a relatar el encuentro, que sin dudas cambiaría el transcurso de la vida de dos mundos tan alejados como cercanos en la cotidianidad.
La pelusita pudo contemplar esa cadencia agradable a la vista del mosquito a motor y quien lo conducía. La pudo apreciar desde lo lejos y supo que sería el momento indicado para actuar. Él venía con la parte del casco para la vista al descubierto para disfrutar de esa brisa de temperatura agradable que estaba trayendo una primavera esperanzadora, que marcaba el comienzo del comienzo y que indicaba que todo lo bueno estaba por suceder. Sin que pudiera pensar en los males del mundo y en las injusticias del ser humano, sin que tuviera tiempo suficiente para meditar en cuestiones profundas, sin que pudiera suceder nada en absoluto de la vida que se le tenía preparada para un instante posterior, la pelusita se metió a una velocidad indeseada, como remolino, causando estragos de terremoto, llevándose todo por delante, dividiéndose entre nariz, ojos y boca y dejando consecuencias impensadas, marcando un giro vertiginoso en su vida, llevándolo por caminos no determinados previamente. Algo estaba claro y era que la pelusita había preparado una estrategia que tenía más de un plan de contingencia y que no se trataba de simples inexpertos polens.
El conductor estornudó de corrido unas 17 veces, hasta que vio que el casco estaba complicando el flujo natural que su cuerpo estaba eliminando a causa de la colisión indeseada anteriormente relatada. Comenzó a rascarse los brazos y luego el pecho, luego empezó a hacer ruidos con su garganta, como tratando de "rascársela" con métodos aprendidos en sus acampadas en el río. Un demonio con personalidad ansiosa invadió de repente su cuerpo, y en cuestión de instantes, se encontraba en plena avenida sin camisa, llorando un vaso de lágrimas por minuto, dejando cantidades importantes de lagañas a su costado y rascándose, dejando marcas sado-masoquistas en todo su cuerpo que eran fiel reflejo de su estado de desesperación.
Pasado el momento indeseado de picazón, y luego de estornudar durante 2 horas y media a razón de 1 estornudo por segundo recordó un consejo de su abuela que decía que para parar de estornudar era necesario ponerse el dedo meñique debajo de la nariz y mágicamente el estornudo se desvanecía. Hecho esto, casi al estilo santería, desapareció instantáneamente todo tipo de estornudo y alergia relacionada. Volvió a ponerse la camisa, el casco, encendió nuevamente su mosquito a motor y procedió a continuar su marcha.
Este acontecimiento desesperante hubiera pasado inadvertido si no hubiera sido por un segundo hecho aún peor. A la mañana siguiente este indeseable evento se repitió en forma idéntica, sin diferencia alguna hasta el ingreso de la pelusita en su cuerpo y con una diferencia notoria en su reacción. Se rascó, lloró varios vasos de lágrimas pero en cada intento de estornudo fracasó. Las ganas de estornudar estaban ahí, pero el hecho no se consumaba. Las ganas iban en aumento, pero la mezcla de flujos nasales no se disponía a salir en estampida. El deseo por eliminar impulsivamente todo el contenido de su nariz subía de manera infrenable e irreversible, y era insoportable la negativa de poder concretar su voluntad, su instinto, su reflejo. Algún bloqueo inconsciente estaba haciendo que sus ganas de estornudar no estuvieran en sintonía con alguna parte de su cuerpo, de su fisiología e impedían concretar algo que ya era tan desesperante como la cantidad de estornudos del día anterior. Estaba claro. Era ese dedo meñique. Lo colocó nuevamente debajo de su nariz y pudo notar que el efecto no se revertía. Probó con el meñique izquierdo, lo dio vuelta, luego con el índice, el anular, luego boca abajo, pero nada de ello era suficiente para lograr el efecto inverso de la receta de santería de su abuela. Seguía con ganas insaciables de estornudar. Seguía con el mismo deseo y con un efecto que iba creciendo cada vez más, que no lo dejaba vivir, ni dormir, ni comer, porque sentía que en cualquier momento podía venir el gran estornudo.
Pasó días así. Pasaron varias semanas y su nariz se iba hinchando cada vez más, y conforme se agrandaba su nariz, su olfato mejoraba y su deseo exacerbado por estornudar crecía en forma irreal. Era una sensación nunca antes experimentada y en cada instante iba en aumento. Sabía que en algún momento tenía que terminar de crecer y explotar en mil pedazos, pero eso no sucedía. Pasaron varios años y ningún estornudo. Casi como si fuera su segundo nacimiento, cuando se cumplía fecha del insuceso de la pelusita, iba hasta el plátano que había sido cómplice de semejante emboscada, y saludaba, dejaba algún regalo y pedía en forma de rezo que lo dejase estornudar nuevamente. Para el cumpleaños número 10 del insuceso, se preparó durante un mes, llevó una torta inmensa y varios regalos, invitó amigos y familiares y pidió autorización a la intendencia para poner un escenario junto al árbol donde varios grupos de renombre tocaron música esa tarde. Cuando la última nota dejó de sonar a lo lejos, cuando el último acorde se desvaneció en el aire y terminaron los aplausos de los invitados, se hizo silencio y un ruido como salido de una caverna irrumpió en la celebración e hizo eco y luego el eco dejó lugar a otro silencio, ahora con aspecto de fin.
Comenzaron a salir litros y litros de su nariz. Como si una gran canilla se hubiera abierto de repente y saltara un flujo inmenso de líquido contenido durante años. Un río de estornudo invadió la noche e hizo que la corriente nasal golpeara brutalmente a los presentes, dejando inconsciente a varios incluyendo al causante del gran estornudo. Desde su plátano, la pelusita contemplaba el horripilante desenlace y con una culpa que invadía su esencia optó por tirarse a la corriente nasal y dejar su vida por aquella causa.
Es así que estornudó y nunca más usó su dedo meñique para frenar impulsos naturales. Tampoco subestimó nunca más el poder de las pelusitas militantes de primavera.

viernes, 8 de octubre de 2010

La llegada del gran paquete

Comenzaba la primavera cuando los técnicos del pueblo fueron a buscar el paquete a la estación de tren. Era el gran paquete, el paquete que todos esperaban. Los técnicos tenían el honor de ser quienes estaban a cargo de ir a recibirlo, abrirlo, estudiarlo bien y tratar de ponerlo en marcha. Hacía más de tres años que había surgido la idea y uno desde que se había encargado el paquete. Dentro de esa caja enorme, estaba lo que todos estaban imaginando, de lo que todos hacía meses que venían conversando, sobre lo que más de uno tuvo sueños en los que aparecía: ahí dentro estaba el semáforo.
Era el primer semáforo que se ponía en el pueblo y hacía meses que en las escuelas, los viajes de Colón habían pasado a un segundo plano para dedicar toda la atención a las reglas que este nuevo aparato comenzaría a imponer en esta pequeña sociedad. En los dos periódicos del pueblo, vistosas portadas dedicadas al nuevo centro de atención se podían contemplar en los kioscos de la plaza principal, donde, según lo previsto por la municipalidad, en cuestión de unos días estaría presente, como testigo principal de todos los acontecimientos del pueblo, el mencionado aparato.
Era viernes por la tarde, y como todos los viernes, desde hacía 4 meses, se estaban dictando las capacitaciones para los habitantes de avanzada edad, para que no hubiera imprevistos y todos estuvieran de acuerdo a la hora de comenzar a utilizar el semáforo.
Era sencillo:
Primero pararse con intención de cruzar la esquina de Cno. Dr. Estiris y Av. Muslino. Luego observar, de todos los semáforos colocados, (uno en cada esquina), el que se encuentra frente al peatón. Y finalmente acatarse a las reglas básicas: verde cruzar, rojo frenar, amarillo apurarse en caso de haber emprendido la marcha. Esto conducía a la lógica de estar pendiente del color de la luz durante el cruce en sí mismo y no solamente en los momentos previos. Introducía una complicación más, pero la gente estaba segura que esto funcionaría. Un aire de optimismo inundaba el pueblo.
A la hora de ir a buscar el paquete, mezclado entre los técnicos, además de los niños que asomaban con curiosidad para tener un vistazo de la novedad, había manifestantes contrarios a la postura de la municipalidad. Manifestaban su desacuerdo de volverse esclavos de las reglas de una máquina. Argumentaban que de esta forma, se estaba dando un paso equívoco hacia un camino que solamente conduciría a la explotación del hombre por las máquinas, un mundo en el que el hombre comienza a subordinarse y ser esclavo de su propio invento, pues estaba claro que luego del semáforo vendrían máquinas controladoras del sistema de semáforos y luego de ellas, máquinas controladoras de las máquinas controladoras y de esta manera un sinfín de pasos en la jerarquía de la automatización de este mundo gobernado por la abstracción. "Pues la máquina la hace el hombre y es lo que el hombre hace con ella lo que deja de hacer con su mujer" se podía leer en una pancarta que parecía desentonar con las demás.
La municipalidad estaba decidida a ganar esta pulseada. Había dejado gran parte de su presupuesto en este proyecto, que se consideraba de avanzada, y mediante el cual podría sostener una parte importante del peso de la próxima campaña electoral. Era el momento del oficialismo argumentado. El momento de ganar una campaña con hechos y no con promesas infundadas. Ahora se podría prometer con otra base, con la seguridad que una buena gestión, la gestión del semáforo, sacó adelante el pueblo, lo llevó al progreso y demostró el poder, dejándolo como pionero en la provincia, y quizá luego de otra administración más, podría llegar a estar dentro de los mejores pueblos de todas las provincias del sur. Claro estaba, que este semáforo, tenía una significancia política importante, y que habría que luchar contra cualquier impedimento.
La campaña del semáforo fue feroz. Los niños, luego de pasarse 4 horas en la escuela escuchando las ventajas del semáforo, salían a la calle y veían publicidad en las esquinas, imágenes de actores famosos cruzando por semáforos brillantes y relucientes, publicidades en la radio en las que se escuchaba al alcalde recitar las ventajas del nuevo orden, y comentarios de gente que había tenido oportunidad de viajar a la ciudad y daba notorio testimonio de la necesidad del semáforo para imponer cierto orden rumbo a la prosperidad. Ya no se hablaba de otra cosa hacía tiempo. El nivel de ansiedad llegó al punto que en la plaza principal se colocó una cuenta regresiva con los días restantes para la colocación del semáforo.
Es así que la llegada del paquete, en ese viernes de primavera, en la estación de tren de aquél pueblo, se produjo una avalancha sin precedentes, al punto que se tuvo que restringir la entrada de gente a la estación, situación que fue aprovechada sutilmente por vendedores de garrapiñada y peluqueros ambulantes que por unas monedas hacían el "corte semáforo" a niños pequeños. En un acto de populismo exacerbado, el alcalde dio la orden de que el semáforo fuera abierto ahí mismo, con el pueblo reunido, para que todos tuvieran la oportunidad de verlo antes de su colocación. Los técnicos no estuvieron de acuerdo con dicha orden y no se entendieron entre sí, en medio de la muchedumbre. Esto generó que, frente a la aparente disonancia de los referentes en cuestión ante semejante improvisación y ruptura de los protocolos establecidos, la seguridad fuera vencida y la gente se avalanchara en forma desenfrenada hacia el semáforo, abriendo el paquete a golpes y dejando el aparato al descubierto en cuestión de segundos. La euforia generalizada comenzó a transformarse y se mezcló con la ira de los manifestantes, que tomaron a golpes el paquete, se comieron las luces y escupieron los vidrios a la gente, defecaron sobre el mástil y destrozaron a patadas la base y grafitearon la carcaza de color rosado. Al cabo de unos minutos, se hizo un hueco entre la gente, con el paquete destrozado en el medio, se pudo ver cómo todo estaba terminado. La municipalidad no tenía presupuesto hecho para este tipo de casos y hubo que recaudar fondos para comprar pintura blanca y hacer una cebra, en la esquina de Cno. Dr. Estiris y Av. Muslino. La municipalidad ya tenía impresos los panfletos de las próximas elecciones, alusivos a "La Gestión del Semáforo", panfletos que tuvieron que ser sustituidos por logotipos al estilo cebra y con promesas de próximos semáforos y una campaña aún más fuerte en la "educación de las masas para la preparación del terreno para la llegada de la tecnología a un pueblo que será de avanzada, sin dudas, en próximos años."

lunes, 27 de septiembre de 2010

Revolución del Pedal

-Común, por favor
Resoplido
-Pa, disculpá, pero sabés que más chico no tengo
-Se nota que estamos bien eh...
-Cómo?-dijo un poco desconcertado. Sabía que hay guardas que no se caracterizan por su plena convicción de ofrecer un buen transporte a la comunidad y sabía que tenía que ser paciente, que el guarda seguramente venía de una jornada larga de trabajo con mucho tránsito y que tenía que tener cierta cintura, pero ese nivel de violencia lo desconcertó.
-Cómo te vas a subir a un ómnibus con $200, se nota que problemas económicos no tenés.
-Qué? Pero qué tiene que ver?- ya le parecía un tanto violento demás y decidió tomar una postura un poco más firme, no vaya a ser que por ser paciente le vaya a dar un metrito demás y se crea que hace bien en sermonear a un pasajero por tal motivo.
-Y sí, te subís con 200 mangos, se ve que estás muy bien.-dijo con más fuerza, con cierto nerviosismo y escupiendo un poco sobre el parabrisa, manifestando su desacuerdo al mismo tiempo que miraba por el retrovisor.
-Acaso hay alguna relación entre pagar un boleto con $200 y "estar muy bien económicamente"? Y si estuviera "muy bien económicamente", acaso eso estaría mal?
-Tomá, acá tenés. - 16 monedas de cinco, 1 de dos y 1 de uno fue su vuelto.

Acaso cuando uno compra un litro de leche en un almacén (apenas unos pocos pesos más barato que el boleto), a uno lo miran con mala cara como si estuviera pagando con un cheque de US$1 000 000? No es $17 un precio ya razonable para que uno esté en situación de pagar con $200 sin que haya regaño? O será que pagar con $200 un boleto de ómnibus es un gesto de ostentación que todavía no logro de entender? El humor de los guardas hay veces que supera cualquier tipo de ejercicio de empatía.
Hay algo que no hay duda y es que todos los caminos conducen a la bicicleta, viva el grito por el pedal, la libertad de las bajadas y el buen humor del viento en la frente que solo se tiene pedaleando.


jueves, 16 de septiembre de 2010

Puffffffffff

Puffffffffff
No se pinchó, explotó. Iba a velocidad moto, por la rambla, degustando la costa con música rica y buen volumen, conectado con algo especial, viviendo un momento feliz de movimiento y armonía, de brisa y de horizonte, de estrellas y mar...
Hasta que Pufffffffffff
y luego
Psssssssssss
y luego
tac, tac, tac, tac......... tac......... tac............... tac..................... tac,.............................................. tac de la válvula que pega contra el piso y levanta la rueda cada vuelta y cada vuelta cada vez más lenta, y se detiene desilusionada, desinflada, pinchada, explotada, completamente agotada, diciendo basta.
Luego de eso....
La re puuuu...........
y la frustración que sólo un buen bicicletero sabe entender.
Y luego, el optimismo y la estoicidad que buscan gobernar la situación, como para calmar y que no panda el cúnico. Pues a disfrutar de la rambla caminando, con bici pinchada en mano y cambiando la música acorde al paso humano, a ver las cosas con mayor detalle y ver las cosas con otro movimiento.

Pd. esa foto es Harlem.

sábado, 11 de septiembre de 2010

NO hay más cerveza

Vengo en el ómnibus en uno de los momentos más místicos de la semana. Aunque no quiera, siempre es así. Es el momento en el que freno y puedo pensar un poco. Es cuando vuelvo de Manga, en un ómnibus de trayecto largo que me permite observar a la gente que sube y baja, me permite ver diferentes partes de Montevideo. Voy viendo cómo va cambiando la gente que entra y sale del ómnibus, los destinos y sus motivos de viaje: los que trabajan, los que van de paseo, los que van de fiesta y los que van a visitar a algún familiar. Voy viendo cómo la ciudad pasa frente a mis ojos, cómo las calles van mejorando en la medida que me acerco al centro, cómo el sol termina de caer anunciando el fin de un día que sirvió para frenar la vorágine y para mejorar un poco un barrio. Veo todo eso mientras mi cabeza tiene un murmullo de historias recién escuchadas. Trato de pensar en algo pero las distintas historias entran en mi cabeza y trato de dar una explicación. Historias de vida recién contadas, recién puestas en palabras, algunas de ellas por primera vez exteriorizadas, frente a un extraño, que parece de confianza y que parece, también, que en algo puede ayudar. No están seguros, pero me doy cuenta que algo de seguridad ese extraño transmite, porque veo cómo existe un depósito de esperanza en que las cosas puedan cambiar.

El estado de mis pensamientos, situado en lo anterior mencionado, no está del todo contextualizado para lo que está por venir. Me bajo en la parada de Berro, como para escuchar de pasada alguna melodía atractiva, como para anunciar que es sábado y que el Tartamudo está por dar comienzo a sus acordes. Logro escuchar algún saxo y alguna que otra trompeta, pero no es jazz, me doy cuenta que no es en vivo y me quedo pensando en qué puede ser. Miro el cartel de quiénes estarán este mes. Pero en mis orejas se me cuela entre las trompetas una guitarra eléctrica que no está de acuerdo con el resto, discute con el saxo y parece que viniera de otro lado. Sigo caminando, alejándome del Tartamudo y de su música instrumental y veo cómo pequeños grupos de gente, con camperas de cuero, pelos largos, tatuajes en cantidad y cervezas en mano, van de un lado a otro. Sigo marcha y veo que los peludos van en aumento, que los rulos tirabuzón son multitud y que el volumen del heavy metal de la Plaza de la Bandera está por estallar los vidrios del viejo Santini, el vecino arquitecto, el meticuloso de los artefactos. Imagino sus lentes, su ceño fruncido con cara de queja y su señora con voz calma, tratando de tranquilizarlo, como "comprendiendo la expresión artística de estos jóvenes chaqueta-negra."
Voy al almacén de la esquina, a comprar alguna cosa, y me sorprende un cartel improvisado en lapicera bic: "NO HAY MÁS CERVEZA".
Detrás de mí, hay una de las tantas barritas de peludos tirabuzón, con remeras de "La sangre de Veronika", que se sorprenden casi al unísono, al igual que yo, y uno exclama:
"Y bue, habrá que achicar con aglún vinito, entonces".
Entro y veo una fila interminable de chaqueta-negras con vinos rosados, tintos, alguna grapa miel, y algún tabaco para armar. Nada de mermelada para el viejo Santini, ni yerba para su señora. Simplemente lo necesario para digerir el toque de la plaza, al que me arrimo y me sumerjo entre la multitud, accediendo al mismísimo centro del pleno pogo, con bolsa de almacén y entre todos los rulos y barbas y piercings y lenguas cortadas a la mitad.
Termina mi curiosidad, aunque pudiera quedarme un rato más entre tanta ropa negra aportando un poco de color, pero sabiendo que cumplí con esa necesidad de mezclarme en ese tumulto, cruzo la calle y veo que vuelvo a mi barrio, por tan solo unos pocos metros, donde veo que el señor mayor que duerme en la esquina de mi casa está ahí, sentado, escuchando música metal, quizá pensando que cuando él nació eso no existía y que hoy dormirá sin la radio.


martes, 7 de septiembre de 2010

Sol de setiembre desde adentro

Lentamente el sol va cayendo en el horizonte. Un hormiguero de personas cargando palas, martillos, cintas métricas y mangueras niveladoras se va escurriendo por entre las calles. De todos los pasajes van grupos de personas que van charlando, algunos más alegres, otros más pensativos, unos con esperanza y otros con impotencia y desazón.

En el barrio veo cómo también existen sentimientos bien diversos. Algunos van cerrando las puertas de sus casas rápidamente luego de un día de trabajo, y con cierta ansiedad van aprontando todo para el día siguiente. Otros se detienen para observar en detalle el estado en el que está su terreno, pensando en el día que está terminando e imaginando cómo será mañana. Observan ese hormiguero y piensan, vaya uno a saber qué.

Entro a su casa y sé que no me ven. Estoy frente a ellos pero no lo saben. Los escucho hablar, respirar, los veo moverse y mirarse. Siento su presencia pero ellos no la mía. Me encuentro de repente en una escena que parece cotidiana pero no lo es, pues hoy estuvieron en el barrio un grupo de personas que por lo general no están. Podría ser un sábado más, pero sin embargo hay un aire en el ambiente que hace notar que es diferente.

Vero se termina de tomar ese mate lavado y le comenta a Peco, su pareja, que tiene ganas de empezar a vender ropa en la feria de los domingos después de los partidos de fútbol de Agustín. Le comenta que Agus podría ser de gran ayuda. Peco, pensativo, como absorbido en su pensamientos, le contesta con un “si” que no dice mucho. Ella sigue proyectando su negocio y enseguida imagina todo lo que puede llegar a ser bueno como para vender y así tratar de sacar la familia adelante. Vero sigue hablando, comentándole sobre las estrategias que tiene pensado adoptar, la gente que va a contactar pero ve que Peco le está prestando poca atención.

Peco trata de seguir la conversación pero su cabeza está situada en otro lado, en cómo se ve a sí mismo después del día de hoy. Recuerda cómo estaba hasta hace unas horas, hoy bien temprano en la mañana, antes de comenzar a construir y se ve distinto, siente que ahora está con más fuerzas, con más empuje y piensa por un instante cuánto quisiera que esa sensación permaneciera para poder encarar los desafíos que tiene como padre de familia de un asentamiento. Anhela por un instante lo bien que le haría sentirse con esas fuerzas y con esa motivación para poder transmitirla en su familia y en su barrio. Se siente pleno y lleno de coraje, porque está dispuesto a entregarlo todo, todo por pisar firme fuera del barro y decir presente haciéndose su lugar y el de su familia en este mundo.

Veo que Vero sigue charlando y veo también que mientras habla también piensa, pero piensa de otro modo. Es una mujer más práctica y los discursos impulsivos nunca le han caído muy bien. Aún tiene cierta desconfianza con todo lo que le está pasando. También cree que lo que sucedió hoy en el barrio es algo que puede llegar a generar cambios, pero está segura que ella tiene que seguir adelante con sus ideas porque esa es la verdadera manera con la que puede lograr algún cambio para sus hijos. No está muy convencida que lo que sucedió hoy en el barrio sea algo de lo que aferrarse, porque en definitiva es algo diferente y las cosas diferentes pasan pocas veces. Ella cree en su familia, en sus hijos y en su barrio. Siempre que puede busca apoyarse con los vecinos. Por supuesto no con todos es fácil, porque no todos piensan ni hacen igual, pero está convencida que para logar cambios más profundos tiene que trabajar en conjunto con sus vecinos. Por eso opta por afirmarse sobre lo seguro, sobre su realidad, sobre el día a día y tomar esto que está sucediendo hoy como un empujón pero con cautela, no vaya a ser que por pensar que la salida está ahí uno se vaya a tropezar de la emoción y nunca terminar de salir.

Ahora veo que entra alguien más, Franco, el cuñado de Peco, hermano de Vero, que acaba de terminar de fumarse el cigarrillo. Todavía con olor a humo en el cuerpo, entra a la casa mirando al piso, con cara vacía y sintiendo cómo las miradas de los demás le pesan en las espaldas.

Vero lo mira fijo, diciéndolo todo sin siquiera abrir la boca. Él se da cuenta, pero simula no percatarse para poder seguir como lo ha hecho los últimos tiempos. Vero siente rabia y en el fondo él también. A Vero le duele por ella, por su sacrificio, pero también le duele por él. Hace 7 meses que vive con su hermana y está sin trabajar. Vero le consiguió una changa a través de su patrona pero la terminó dejando. Varias veces lo acompañó a buscar trabajo, pero él, pareciera no estar interesado en nada. Vero trabaja 14 horas por día de lunes a viernes y hace unas semanas que le está dando una mano a su patrona con la cantina del club los sábados hasta el mediodía para tener algún ingreso más. Franco sabe todo esto, pero trata de no saberlo para dejar de ver lo que está pasando.

Enseguida Peco le comenta a Vero algo sobre lo que habían conversado la noche anterior. Él le dice que ella tenía razón y ella le contesta que ya sabía que los voluntarios venían a trabajar porque tiene una compañera en la cantina que vive en una de las cabañas en su barrio. Peco le repite que se sorprendió que hicieran pozo sin chistar, (aunque a alguno le falte práctica quizá), que conversaran naturalmente y que se sintió muy bien compartiendo un plato de comida con esa gente. De hecho Peco se sorprendió a sí mismo, hombre de no muchas palabras, conversando sobre su vida, sobre sus tiempos de joven, sobre sus hermanos y sobre su visión de la vida y de la política, con gente que no conocía prácticamente. Pensó que seguramente sea más sencillo hablar estas cosas con gente que uno no conoce tanto, pero de todas maneras lo había conversado con alguien y eso ya era un comienzo.

Quedan todos en silencio Vero, Franco, Agus y Nati, la beba de 3 meses que cada tanto bosteza como para decir presente en esta noche de setiembre. Luego de ese espacio sin sonidos, Peco mira a Vero y le comenta que cuando terminen la casa, va a salir a buscar bloques para hacer una piecita para los nenes, que el Agus ya está en edad de dormir en un lugar para él y que Nati pronto va a pasar a dormir aparte también, que pronto van a necesitar tener más espacio. Vero sonríe y le da un beso. Le dice al oído que primero hay que dormir bien para mañana, para estar bien fuertes para seguir con la casa y que mañana de noche hablarán sobre el tema.

viernes, 27 de agosto de 2010

Basta de Maniqueismo

El maniqueismo nos aclara las cosas, también las oscurece. Se presenta frente a nosotros como una solución accesible, como una versión al alcance de nuestra razón, pero en el fondo no es más que una estructura irracional que nos conduce a conclusiones difícilmente acertadas. Aparece ahí, en medio de una búsqueda explicativa, como un camino aparentemente convincente y que bien formulado puede ser letal. Se nos presenta atractivo y seductor, incluso para quienes creen ser escépticos pero sin darse cuenta caen en las telarañas del maniqueo. Es una razón empaquetada, como para envoltorio y que busca clientes sin miedo. Nunca le tuve miedo, pues siempre creí ser un fiel buscador de la verdad. Sin embargo me da escalofríos cuando me encuentro siendo atrapado por esta medusa que se va escurriendo por entre las neuronas, cuando sin darme cuenta me acorrala y luego me doy cuenta de lo que pasó. Allí respiro y siento alivio de darme cuenta que no es así y que en realidad las cosas son distintas a lo que el maniqueo presenta. De todas formas me queda ese gustito amargo de haber sido atrapado, aunque sea momentáneamente, por esa enferma forma de pensar.
Pues claro, la realidad es más que compleja, y necesitamos modelarla con comportamientos que nos parecen adecuados. El maniqueismo es un modelado por demás simplista, que permite una primera aproximación y que por cierto, es errada. Sin modelos, no vemos la realidad pero con el maniqueo destruimos cualquier intento de verla de un modo genuino, buscando realmente la verdad.
Más letal es el maniqueismo cuando está en manos de los referentes y líderes populistas y demagogos que lo utilizan como herramienta permanente para establecerse y continuar haciendo lo que saben hacer bien, convencer a las masas de su visión simplista de la realidad y hacerse esclavos ellos mismos de estas reglas maquiavélicas. Pues pierden la esencia y quedan atrapados en el parecer, pierden las referencias de lo moral y fácilmente olvidan la tranquilidad que se necesita para pensar sin espurios y con un intento genuino de entender la verdad.
Algo está claro, el maniqueismo es bien práctico para quienes se aburren de pensar y prefieren aferrarse a una idea desde lo irracional. Es útil para quienes no tienen tiempo de pensar o prefieren no hacerlo por comodidad, pero a la larga deja estragos imborrables, altera la visión de la realidad y hace que nos volvamos cada vez más hipócritas. El maniqueismo en las masas, promovido por referentes es el opio de los pueblos, es la peor condena para una sociedad en la que comienzan a aparecer referentes que dejan de ser conscientes de su maniqueo y pasan a conducir incluso siendo víctimas de esa destructiva vía de razonamiento.
Algo está claro, hay pocas cosas que me conduzcan a lo irracional tanto como lo hace el maniqueísmo. Es algo que me saca de las casillas, pierdo la referencia y me cuesta argumentar. Luego, tranquilo, entiendo que no es más que una desdicha del ser humano y que hay que combatirla para llevar nuestra identidad con nosotros y promover, por sobre todo, el verdadero camino a la verdad.
Basta de falacias.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Peluquería "La Venganza"

Ir de buzo con capucha a una peluquería no es la mejor idea, pensé. Me vino la imagen de una capucha llena de pelos, como una montaña que me acompañaría detrás de la nuca, con una vaga idea de su tamaño y especulando sobre su forma. Me imaginé rascando mi cuello, tratando de sacar los infinitos restos de pelo recién cortado de mi nuca. Imaginé el alivio que se siente cuando a uno le pasan el cepillo ese, bañado en talco, la suavidad con la que acaricia el cuerpo y saca cualquier intento arrebatado de generar incomodidad y picazón. Pensé en el buen invento que era y en quién habrá sido la persona a la que se le ocurrió semejante cuestión, y que seguramente murió en el anonimato. Pensé en lo increíble de estar haciendo uso cada vez que uno se corta el pelo de semejante invento sin siquiera saber absolutamente nada de quien imaginaría tal cuestión por primera vez. Todo eso sucedió instantes antes de entrar en aquella peluquería, la más barata de la zona.
Al entrar, el ritmo de los secadores de pelo hacía acordes disonantes con la voz de Viviana Canosa, las revistas arrugadas mostraban noticias con fechas equivalentes a cuatro cortes de pelo hacia atrás en el tiempo. Analizando la población presente pude concluir que era el único hombre y con seguridad el tercero más joven y el cuarto más viejo. Pues había dos clientes mujeres, una de ellas con una nena de unos 5 años que correteaba por entre los sillones y jugaba con los pelos recién cortados, la peluquera madre y la peluquera hija, la discípula.
Había dos posibilidades, la madre o la hija, la experiencia o la innovación, lo clásico o la improvisación. Cuestiones del destino quisieron que la cliente que atendía la peluquera hija tuviera el pelo más corto, o que lo quisiera más largo, que su pelo fuera más corto de cortar o que simplemente la hija se hubiera aburrido de trabajar en ese cabello y decidiera unilateralmente que ese era fin de su obra, de su creación.
Por ello, mientras recordaba algo que había aprendido hace no mucho, el hecho de que las mujeres no van a la peluquería solamente para cortarse el pelo sino que existen otros servicios que no necesariamente incluyen tijera, mientras pensaba en eso, fue que terminé de aburrirme en la espera y pasar a sentir la adrenalina que sólo da la peluquería cuando está por llegar ese momento, el momento de esa pregunta en la que se juega todo.
No me considero una persona que se haga demasiado problema sobre el futuro cercano de su cabello cuando se encuentra en el sillón de los acusados, mirándose a sí mismo en ese gracioso atuendo con toalla cubriendo cual servilleta gigante a punto de comer un banquete. No me considero así, sino más bien desinteresado del destino del estilo. Lo que sí me genera cierta preocupación, cierta verguenza y que por lo tanto me da una ansiedad es esa pregunta que uno sabe que pronto vendrá desde el otro lado:
-"Cómo lo querés?"
Es ahí cuando uno termina de no comprender esta lógica. La pregunta es clara y yo entiendo su cometido, entiendo que sea preguntada pero entro en un gran problema y es que NO sé cómo responderla, pues si hay algo que no sé, es de pelo, de moda, de cortes y de términos técnicos acerca de estilo, pero como todo ser humano necesito cortarme el pelo o que otro lo corte por mí.
Sé que no sé porque cada vez que hago el intento vano de responder esto tratando de ser comprendido, no lo logro, pues no encuentro los términos, las palabras correctas y por lo tanto queda en el aire una sensación de inseguridad por parte del peluquero que lo hace poner en una situación difícil, a veces, dependiendo de quién se trate, hasta incómoda, en la situación de crear a pincel suelto y a tijera desbocada. Al no entender lo que el cliente quiere, se encuentran en una situación de improvisar e interpretar lo que intentó decir con pobres adjetivos y claro desconocimiento de la materia.
En ese momento es que en general llego a la misma conclusión, que luego, en frío, me doy cuenta que es un disparate, pero que en ese momento me parece lo más sensato:
Por qué, si son ellos los que saben, preguntan a uno que no sabe ni sabe expresar lo que no sabe, cómo quiere tener el pelo?
Claramente, hay en semejante reflexión un exceso de pasión y falta de raciocinio, pues claro está que el peluquero necesariamente tiene que preguntar aquello, lo que hasta el día de hoy no sé contestar. Pensé en lo mucho que quisiera que alguien me dijera una respuesta cualquiera, por más que no fuera la que yo quisiera dar, aunque sea para poder decir algo en ese incómodo momento.
A semejante pregunta, hice un intento, esta vez por ser comprendido y dije:
-Lo quiero así como lo tengo ahora, pero más corto.
Noté que se reía y que estaba pronta para dar tijera suelta.
Sin embargo, la peluquera hija, fuera del protocolo peluquero, por cuestiones de sangre joven, hizo algo que hasta el momento ningún peluquero de la vieja escuela me había hecho.
-No sabés, pero decime a ver...Cómo te lo peinás? Y me dio el peine para que hiciera la demostración.
Ahí me di cuenta que esta peluquera era distinta, no estaba atada a los que se comportan según las reglas del pelo antiguo, que luego de ese silencio incómodo sacan conclusiones propias y no las transmiten al cliente, dándose cuenta que quien responde no tiene idea y que son libres para hacer lo que quieren, sino que estaba realmente abocada en solucionar el problema de la expresión de quienes no sabemos ni sabemos cómo expresar lo que no sabemos. Sin embargo, para colmo de males mi respuesta fue sincera.

-No me lo peino, pero cortame como te parezca.
-No te lo peinás, pero algo te hacés, no? Insistió curiosa.
-Bueno sí, me lo acomodo un poco.
-Con las manos?
-Sí, un poco con las manos, sí. Así mirá.

Observó el movimiento de mis manos detenidamente y pude ver cómo imaginaba en su cabeza posibles estrategias a seguir. La vi seguro, como sabiendo lo que estaba a punto de hacer. Sin embargo a los pocos minutos ya estaba preguntando nuevamente.
-Así cómo va?
Me di cuenta que no preguntaba de atenta, sino más bien de insegura. Traté de no ser muy exigente como para calmarla y para que sintiera seguridad, dándole aliento sin decir mucho. Pues al fin y al cabo yo no era un cliente muy exigente y pronto vendrían otros que sí, entonces había que ensayar mientras se pudiera.
Luego de varias preguntas más, tuve que conducir un poco más el corte, un poco más de lo que a mi gusto tiene que conducir un cliente, pues existe un orden establecido de la libertad para conducir el destino del pelo por parte del cliente y por parte del peluquero. Ese margen de acción se establece entre ambas partes y es dinámico y no absoluto, dependiendo de las partes involucradas, margen que se establece por lo general con las primeras preguntas y queda determinado por el resto del corte y hasta una próxima sesión.
Me encontraba entonces encaminando el corte de pelo sin saber nada sobre la materia y al cabo de unos minutos ya estaba saliendo por aquella puerta, con menos pelo y más liviano, pensando en el mundo de las peluquerías, en su negocio, en sus códigos y dejando atrás de la picazón un poco más de pelo para que la niña que aún estaba revolcándose en el piso esperando a su madre, pudiera jugar con un pelo distinto, un pelo ondulado, de hombre y de alguien que no sabe ni sabe expresar lo que no sabe, aunque tenga curiosidad por un mundo que sabe que no será el suyo pero que sin embargo, por curioso que es, le gustaría saber un poco más, aunque sea para burlarse de lo que no sabe o que no supo en algún momento.


miércoles, 28 de julio de 2010

El beso iraní y Los mosquitos alemanes

En tiempos de cultura zapping, aquí van dos microrelatos, como para saltar al siguiente antes de aburrirse con el anterior.


El beso iraní.

Cambio un poco el recorrido habitual a la facultad. Es algo que hago sin darme cuenta por qué, pero enseguida me doy cuenta que busco experimentar algo "distinto" antes de comenzar con la rutina. Simplemente algo que me llene un poco el alma para comenzar el día con otro aire. Dicho y hecho, pues concurro a la facultad con mejor ubicación paisajística por lejos y no cuesta mucho deleitarse con la costa montevideana, ver un poco el mar y disfrutar de ese aire frío, helado y con gusto a sal, antes de meterse a calentar las neuronas. Por eso, por ese cambio, mi bicicleta ahora tropieza con otros pozos, va por otros repechos, acelera con otras bajadas y pasa por la Embajada de Iran. Veo entrar mujeres con cara tapada, vestidas con un estilo que me convence que ese pequeño gustito para el alma que estoy buscando esta mañana ya está encontrado y que a partir de ahora todo lo que venga será un regalo extra para comenzar, pero mis expectativas, claro está, ya están cumplidas. Como suponiendo que todos los que trabajan allí son iraníes, mi mente se deslumbra al ver que el seguridad parece ser bien uruguayo, de mate humeante, con agua recién salida de la caldera, termo con pegotín de peñarol y cara de sereno que trabajó las últimas 20 horas y tuvo sueños en los que se metía la voz del telechat que salía de una tele de 10 pulgadas a blanco y negro en esa caseta con escarcha. Esa imagen de sacrificio, o mejor dicho, de poco sueño, de sueño interrumpido, cambia cuando veo a una señora de mediana edad llegar, darle un beso al bigote canoso y darle un fuerte abrazo que da un poco de calor luego de una noche fría. Conversan brevemente, se acarician, se besan de vuelta, se dan unos mimos más y ella sigue su rumbo. Él se queda en la caseta, mirándola hipnotizado, completamente fuera de su oficio, desatendiendo sus responsabilidades, y con plena indiferencia de ello, lleno de vida en los ojos y ganas enfrentar el frío con otra actitud. Se da cuenta que el mate ya no es necesario, que ya se siente calmado y que con ese simple beso iraní, puede arrancar feliz.




Los mosquitos alemanes.

M-Hola, si, me dijeron que para poder jugar en la liga universitaria tenía que venir acá, para revalidar este título.
S-Sí, a ver...
M-Es de Alemania.
S-Esperá que llamo a Julio. Julio!!!
J-Hola, cómo te va? Título extranjero?
M-Sí, para revalidarlo, estoy por inscribirme en la liga.
J-Tenés la traducción, traductor público y toda la cuestión?
M-Sí, acá tengo todo.
M Saca la carpeta, con traducciones varias y se la entrega. M vivió mucho tiempo en Alemania y tiene casi tantos trámites hechos como días vividos. No sólo eso, sino que en su gran mayoría fueron hechos en Alemania y está acostumbrada a usar carpetas, marcadores y revisar mentalmente entre tres y cuatro veces la lista de documentos necesarios para realizar un trámite. Si por alguna razón siente que le falta algo mientras está en camino, frena el paso, revisa mentalmente su lista y sigue.
Julio saca un marcador flúo, señala lo ya señalado en negrita, no revisa la firma del traductor, se rasca la nariz, piensa en la conferencia que está por dar Maradona luego de dejar la selección argentina, mira a M a los ojos y dice:
J-Esto está perfecto.
M respira hondo, aunque ya sabía que todo estaba bien, pero necesitaba que el del otro lado del mostrador lo dijera para asegurarse. Piensa que pronto estará en las canchas, como en tiempos adolescentes jugando a lo que más le gusta. Junta sus documentos y comienza su retirada para seguir el trámite , ya con el reconocimiento hecho.
J-Esperá, esperá, no huyas, no huyas querida, tengo que hacer un par de cositas antes.
M- Ah...bueno, dale, no hay problema.
Julio va a su escritorio, digita algo, se toma la cabeza y dice
J-Sabés que capaz te la tengo que ingresar como que es una universidad de Berlin, vos cualquier cosa decí que estudiaste en Berlin, porque no sé por qué pero el programa no me la reconoce. La otra vez, con otra que vino ya tuve problema con eso, incluso probé ponerle Munich y no anduvo. A ver esperá. Che, S. ingresame esta universidad, te animás? No me la reconoce, no sé por qué.
S- A ver? Pasame, pasame nomás.
Unos segundos de tensión en M. Su imagen de deportista adolescente se evapora instantáneamente y un obstáculo, hasta el momento inadvertido aparece. Esperemos se resuelva.
S intenta unos segundos y enseguida se da cuenta.
S-Pero Julio, sabés por qué es que no te la reconocía? Porque en alemán universidad se dice universiTAT, entendés? El programa es vivo, hay que hablarle como correponde.
J- Bueno che, ahora tengo que saber alemán también?
S- Y mirá esto, te la encajo con puntitos si quiero, como DEBE ser. Porque en alemán universidad va con puntitos, es universiTÄT. Viste cómo se aprende algo nuevo todos los días? Hoy cuando llegue a casa le voy a comentar a mi señora que en alemán, universidad va con puntitos.
S sigue investigando, su curiosidad trata de descifrar las incógnitas del programa y las barreras culturales.
S-Mirá, acá está la que intentaste ingresar el otro día y la anotaste como de Berlin. Era de Tubbingen la mina?
J-Sí, yo que sé, creo que sí, era una bióloga o algo así, se fue para Alemania a estudiar los mosquitos alemanes, como si acá no hubiera mosquitos, pero bue..cada uno con lo suyo no?
S-Pero qué bien que quedan los puntitos en esta Ä, qué bien que quedan. En español tendríamos que tener esos puntitos más seguido, sólo aparecen si escribís pingüino o paragüas o alguna palabra que otra más, pero nadie lo pone, no es lo mismo. Estos tipos respetan los puntitos de verdad, los ponene en un documento te das cuenta? Los respetan porque por algo son puntitos, sino no serían, no existirían.
Lo que nunca sabrá el curioso S. es que la muchacha de Tubbingen se llama L. S. y vivió casi 6 años en un monoambiente con M, que son amigas desde la infancia, que L venía a comer lasagna los domingos a lo de la abuela de M y que se animó a decir que no le gusta el chocolate, que se disfrazó con M para ir a ver el móvil en directo del programa "Decime Cuál" cuando estuvo en Uruguay y que engendraron una amistad pocas veces vista. Tampoco sabrá que jugarán en el mismo equipo, el de los títulos raros, con puntitos y tampoco sabrá que el hermano de L juega al fútbol los martes con el hermano de M y menos que menos va a saber que el padre de L fue quien le dio el primer trabajo a otro hermano de M, donde conoció a quien hoy es su novia, futura mujer y madre del hijo que pronto tendrán, sobrino de M y motivo de expectativa general.

sábado, 24 de julio de 2010

Silencios tortales.

Un alto porcentaje de mis amigos nació en junio. Lejos de tener que ver con cuestiones zodiacales, esta publicación, trata de una peculiaridad, que luego de una gran tanda de cumpleaños festejados, puedo tomar como conclusión. Se trata de una teoría desarrollada durante años, algo en lo que hemos venido trabajando a través de innumerables ejemplos y que hoy, pasa al privilegiado lugar de las generalizaciones, que nos permiten adelantar un comportamiento, que de otra manera sería indescifrable. Pues, en ese afán determinístico, es que desarrollamos esta teoría, con intenciones de explicar comportamientos pasados y poder anticipar y/o prever aquellos que tendrán lugar en un futuro, para próximos junios y/o cumpleaños.
Hipóstesis
Nos situamos en una cultura en la que el día de nacimiento sea motivo de conmemoración y de aglomeración humana, sea motivo de festejos con torta y velas encendidas a ser apagadas mediante una expulsión impulsiva de aire a través de la boca (con o sin escupitajos) luego de un cántico tradicional con sonidos torpes acompañado de aplausos descordinados.
Tesis
Luego de finalizado el ritual cantoral, se termina de soplar y existe un silencio funerario, de una duración que depende del contexto y del grado de confianza de los presentes, pero que en general tendrá una duración que estará entre 4 y 10 segundos.
Implicancias
En el intento de deshacerse del vació sonoro, hay diversas reacciones entre los presentes. De esta forma, están quienes optan por tomar la iniciativa de cortar la torta, otros que apelan a dejar en ridículo al homenajeado, otros que intentan retomar las conversaciones que llevaban antes de que fueran llamados a realizar tal ceremonia, quienes luego desisten a ello por sentirse en falta por no dedicarle suficiente tiempo de completa dedicación atencional al cumpleañero, otros que optan por revisar sus mensajes en el celular, algunos que tratan de imaginar los posbiles deseos del cumpleañero (si es que los pidió) y otros que observan a los demás. Es el momento indudable de miradas cómplices, en el que los mensajes ocultos e implícitos entre aquéllos que con mirarse se entienden, aparecen cruzando por encima de la torta de lado a lado. Enseguida aparece la solución que parece complacer a la mayoría de las partes presentes: la foto.
Es con ello que desaparece la incomodidad de ese silencio y pronto se olvida, se trata de borrar para que ni siquiera con el recuerdo de ese vacío sonoro, nos incomodemos.
Esto será cierto, hasta que se demuestre lo contrario.

viernes, 9 de julio de 2010

Atracón bicicletero

Era un día como cualquier otro. Pero era otro día.
Salió de su casa con la bici desinflada, pero con suficiente aire como para pasar por la estación más cercana e inflarla para pedalear con menos esfuerzo, menos ruido y una seguridad de estar haciendo lo correcto con su compañera de ruta. Recordó por un instante todo lo que recorrió con ella, la cantidad de km que habían transitado juntos, la cantidad de imágenes que habían visto juntos, la cantidad de películas realistas que habían compartido. Se sintió feliz por un instante, se sintió pleno, lleno de movimiento, de ese movimiento que ella le da. Llegó a la estación, le puso 29 lb/inch2, se mojó un poco con el auto gris que se estaba lavando con esos peluches gigantes que giran a toda máquina salpicando jabón y recordó las veces que había vivido un lavado de auto desde adentro. Recordó haberlo hecho con su padre, como algo emocionante. Le conmovió recordar la intensidad con la que vivía esos paseos de niño, sentirse atrapado por ese monstruo peludo lleno de jabón, sentirse atacado a través del vidrio, y seguir conversando normalmente, porque estaba protegido, dentro de un auto, a puertas cerradas, con su padre y además estaba seguro que ese monstruo no era tan agresivo como para abrirle las puertas y meter jabón hacia adentro. También estaba seguro que ese peluche gigante tenía su rutina y hacía su labor en forma metódica, que no estaba para perder el tiempo con sobresaltos emocionales del momento, haría lo que correspondía.
Con bici a pleno aire, sintió que sus ruedas explotaban de aire, completamente llenas, podía ver cuánto más fácil era pedalear de esa manera. Eso sí, los pozos ahora se sentían con menos amortiguación, pues algún precio había que pagar, luego pensó que era justo, que no sería lo mismo si fuera a costas de nada.
Pedaleó rumbo a su trabajo, a sus obligaciones, y se encontró con una ciudad distinta. Sintió que era tiempo de recorrer. Entraba a las 8 30am a trabajar y ya estaba montado en su birrodado, con vestimenta formal, la misma que había usado para la entrevista que había logrado que estuviera trabajando donde estaba. Saco y pantalón oscuros, camisa blanca pero sin corbata como para mantener un estilo. Palillos en los pantalones para no romper su vestimenta con la cadena y zapatos con cordones amigables para bicicletas. Todo eso, pero sintió unas ganas infrenables de pedalear, era viernes y sentía que era libre, que podía volar. Sintió que quería seguir pedaleando, entonces llegó al trabajo, frenó, habló con su jefe, explicó lo que sentía y que debía seguir pedaleando. Su jefe comprendió completamente y le agregó que no parara hasta que no sintiera que debía hacerlo, que esas cosas sólo pasan pocas veces en la vida y que él se sentía orgulloso de tener empleados así de emprendedores. Aliviado volvió a su bicicleta, que ahora estaba más bella que nunca, la miró fijamente y se subió como queriendo llevarse el mundo por delante. Enseguida alcanzó una velocidad impensada, pasó a varios autos que iban apurados a sus puestos de trabajo y los saludó desinteresadamente, logró una armonía que hasta entonces no había sentido. Logró una mancomunión con la urbe, con los parques y prontó se dio cuenta que estaba saliendo de la ciudad, alcanzando la ruta y pronto ya había hecho decenas de km. Cuando quiso acordar su saco estaba al viento gozando de una libertad intensa, volando a capa abierta, dispuesto a todo, completamente entregado al destino, sus ojos se cerraron y seguía en ese estado bicicletero cuasi tántrico. Pronto se dio cuenta que podía hacer algo grande, se dio cuenta que eso lo había querido hacer hace tiempo pero que no lo había sabido con tanta certeza hasta ese mismo momento, y que de haberse dado cuenta lo habría hecho mucho antes. Sus ojos lloraban por el aire del viento frío. Sus lágrimas caían y no era de emoción, simplemente por una cuestión física, no emocional. Pero eso lo emocionó, se mimetizó con su llanto desinteresado y pronto estaba llorando con verdadera emoción. No estaba seguro que era eso, pero era algo genial. Siguió pedaleando y cuando quiso recordar ya iba casi un día de pedaleo constante, con algunos picos de velocidad pero en general a tramo constante. Se dio cuenta que no sentía hambre, tampoco ganas de ir al baño, y menos deseo de hablar, porque iba conectado con la vida, cantando y escuchándose pero sin escuchar el entorno, como siendo protagonista y silueta al mismo tiempo. Pronto se cumplieron los dos días y seguía así, sin parar, pedaleando, sin sed, sin hambre, sin cansancio, y sin ganas de frenar, con toda las energías del primer momento, del primer instante, desde aquella estación, pues ya lo sentía lejano, pues había sido hacía mucho, hacía ya dos días atrás, de intenso pedaleo. Sentía que había crecido en ese tiempo, había pensado mucho encima de su bici, había llegado a conclusiones asombrosas sobre la metafísica y los deseos del hombre, había entendido el porqué del comienzo del universo y había entendido por qué era necesario entregarse a los demás y vivir intensamente.
Siguió pedaleando, siguió por semanas, por meses y pronto se dio cuenta que había atravesado dos países y que seguía con ganas de pedalear, seguía con la misma intensidad del primer día. Para su mala suerte se topó con una gran ciudad, por allá entre las montañas, y después de tanto tiempo se dio cuenta que estaba nuevamente en una urbe y que no era la suya, se sintió raro.
Tuvo que frenar. Un semáforo. Frenó. Pensó que se pondría peor de lo que se puso, pero fue duro. Tuvo que frenar, y no estaba bueno frenar, fue un golpe duro para lo que venía haciendo, era un problema al que se debía enfrentar con toda madurez, con inteligencia y cautela. Pronto se dio cuenta que si respiraba profundo se calmaba, que su cabeza no daría las vueltas que estaba dando y lo hizo. Se calmó. Sintió que a lo mejor cuando el semáforo cambiara, no sentiría ganas de pedalear nuevamente y eso lo aterrorizó, se sintió disminuido, sin fuerzas. Esperó y la luz cambió, se preparó, tomó fuerte el manubrio, hizo presión sobre el pedal, pero los autos no se movieron, miró a su costado y tenía autos, hacia atrás y más autos, hacia adelante y más autos, miró el suelo y estaba sucio, miró el cielo y estaba alto, inalcansable, pero hermoso, lleno de vida, pero volvió su mirada a la urbe y se dio cuenta que estaba atrapado, que había autos por todos lados y que había tantos y tan juntos que no había espacio ni siquiera para pasar por los costados y escabullirse. Se dio cuenta que estaba preso, que no podía salir y sintió que era su fin. Esperó un rato, y las luces del semáforo cambiaban pero los autos no se movían, parecían ajenos a sus cambios. Se sintió preso, no se podía mover, sintió que tenía el cinturón de su pantalón muy ajustado y decidió aflojarlo un poco. Sintió que tenía que desabrochar un botón más de esa camisa y que los cordones podían estar menos tensos. Se distendió y se resignó a esperar. Estaba dispuesto a morir. Pero como sin darse cuenta tuvo un impuslo de querer resovler la cuestión. Luego de un buen tiempo sin hablar con nadie decidió armarse de valor y tratar de resolver el enigma que estaba frente a sus ojos. Preguntó a uno de los autos de al lado, uno de los tantos autos, y el conductor le respondió con tono soberbio, y al mismo tiempo de enojo que esto era moneda corriente en su país y que si tenía acento de otra parte que se fuera. Decidió averiguar más sobre el tema pero esta vez con alguien con un poco más de voluntad. Le preguntó a otro y éste le contestó tranquilamente, sin apuros y sin enojo. Le explicó que eso sucedía normalemente y que la última vez había durado dos meses de embotellamiento permanente. Le preguntó de dónde venía y el señor de la bici no quiso contestar, pensó que sería muy largo y que no tendría tiempo. El destino le demostraría que estaba equivocado, pues al cabo de 13 días seguía ahí, en el mismo lugar, exactamente en la misma situación y hasta pensando de la misma forma, completamente incambiado. Ahora había recuperado el apetito y quienes lo rodeaban lo invitaban a festines nocturnos con grandes comidas y bebida. Pronto comenzó a sentirse a gusto con la comunidad del embotellamiento y creyó que podría vivir allí para siempre. Le contaron que mucha gente busca "embotellarse", pues así la pasa bien, disfruta y conoce gente. Pensó por un instante que podría ser una buena vida pero no en forma permanente, que sería bueno conocer, pero no perpetuar. Luego de conocer las ventajas de esta comunidad se sintió nuevamente dispuesto a salir, ya estaba pronto. Habían pasado 34 días y estaba pronto para salir de allí. Comenzó a movilizar a la gente. Enseguida se dio cuenta de sus cualidades de liderazgo en situaciones adversas y pensó que al volver le contaría esto a su jefe, creyó que se sentiría orgulloso y que a lo mejor podría merecer un ascenso por ello. Pensó en qué detalles remarcarle en el momento de contarle y ya había encontrado cuáles serían los determinantes para demostrar su valentía y su disposición a trabajar en equipo. Logró movilizar unos 3oo autos en pocas horas y se dio cuenta de su poder voluntad. Se puso en contacto con gente de otras provincias, que también estaban embotelladas, pero más adelante, y logró movilizar ahora en forma masiva, regional y con intensiones de llegar lejos. Prontó se dio cuenta que era algo más complejo de lo que creía. Se dio cuenta que no sería tan fácil. Que no era su país y que no era justo, pensó, que alguien de afuera viniera a decirles cómo hacer las cosas. Pensó que no le gustaría que lo hiciera alguien si llegara a su país y creyó que debía actuar de la misma manera. Además, estaba seguro que su jefe le hubiera aconsejado lo mismo, que mantuviera la calma. Pronto se resignó a la lucha y estaba dispuesto al fin. Ya no podía pedalear, ya no tenía sentido nada. Su saco ya no gozaba de la libertad que pretendía y el viento ya no era testigo de sus emociones. Estaba dispuesto a todo, pero no a dejar de pedalear. Su fin, estaba claro, había llegado.
Se desplomó en el pavimento, murió luego de un infarto y de la conmoción que generó su muerte en sus alrededores, en los miles de autos, el embotellamiento se desvaneció, convirtiéndose así en el primer mártir extranjero de aquélla república, gozando hasta el día de hoy de un busto de bronce con su bicileta y su saco, sus pantalones y sus palillos.
Descanse en paz, ya pedaleó bastante.

jueves, 10 de junio de 2010

CasoCabalicus

Desde niño el pequeño C. se crió en un ambiente de superstición. Aprendió a rascarse siempre con el mismo dedo cuando le pica la cara, a apagar la tele siempre en el mismo canal. Apoyar la nalga izquierda de un lado y la derecha en el otro lado del sillón, mientras mira un partido de fútbol. Usar siempre la misma cucharita, la que tiene una marca pequeña que sólo él ve, para revolver ese café con leche mañanero. También pudo incorporar manías como la de sintonozar la radio con volumen 14 para luego subirlo a 17, darse vuelta el calzoncillo de cuadraditos y doblarse el soquete izquierdo, cambiar de bolsillo el lugar de las llaves de su casa para que aparezca el ómnibus que está esperando o también mirar fijo el cartel de la parada para que venga rápido su transporte. La vida le enseñó, por cuestiones de ensayo y error, en una comprobación cuasi científica que si cuando está cruzando la calle, la luz del sempaforo se pone en amarilla es porque lo que está pensando en ese mismo momento no va por buen rumbo, indistintamente de si lo que piensa es sobre su mejor amigo, sobre la guerra en Irak, o el casamiento de su hermano. Luego de tener esas corazonadas toma las medidas correspondientes y aconseja a sus seres queridos u opina sobre asuntos internacionales basado en lo que para él es una verdad absoluta e incuestionable. Antes de bajarse del ómnibus, demostró, que dar cuatro pasos cortos, y luego pisar fuerte con la zurda, sirve para contrarrestar el efecto de la luz amarilla del semáforo de las malas predicciones.
Es así que C., supo criarse en un ambiente donde todos conocían las manías del destino. No obstante, fue más allá, y en su espíritu explorativo es que pudo descubrir otras tendencias caprichosas de lo que puede ser la buena o mala suerte. Se abocó a estudiar qué tipo de sucesos, aparentemente rutinarios, son los que afectan los grandes acontecimientos. De esta manera descubrió cábalas por sí mismo apoyándose en el método científico y concluyendo a través del método inductivo que la lógica ampara. Pues claro, no quería quedarse en el mundo irracional de las cábalas sin explicación, tenía que comprobarlas. Es así que hasta llegó a descartar cábalas ya existentes por denotarlas de sin sentido, aunque le costara la amistad de familiares y amigos cabaleros de tradición, cabaleros de la vieja guardia, dando lugar a una nueva era en el mundo de la superstición, marcando así un nuevo destino. Desmintió el mito de pasar por debajo de la escalera, el del gato negro y el de la ruptura de espejo. Las sustituyó por usar la corbata al revés, dormir con la almohada en los pies, ir a espectáculos arísticos siempre con la misma gente. En cuanto al deporte, ya de grande, el pequeño C. estuvo durante años tratando de resolver el enigma de la compañía ideal para presenciar partidos de fútbol y basketball. Probó con todo. Con amigos, enemigos y hasta desconocidos. Tuvo una época que los miraba por televisión, otra en la que optó por presenciarlos por su cuenta, pero ésto tampoco le dio resultado, hasta que se dio cuenta que la clave estaba en alternar tres partidos con compañía y uno sin, y a su vez cada uno de los tres partidos a los que asistía acompañado, debían ser uno con una mujer y los otros dos con dos hombres, preferentemente mayores de 23 años (este último por telvisión). En caso de llover estaba claro que esta teoría no funcionaba, no teniendo hasta el momento una cábala resuelta para este caso, siendo un gran dolor de cabeza y caso de estudio de quien estamos hablando.
Esta extraña condición le jugó durante su vida malas pasadas, tiempos de frustración y por sobre todo, una adicción infrenable que lo perjudicó en el ámbito social, volviéndolo un ser con serias dificultades para relacionarse, pues ante todas las cosas, reinaba la obsesión de sus cábalas. Con el tiempo, la madurez de un cabalero de la vida, le enseñó el dulce camino de llevar las cábalas con moderación. Ahora esa pasión adolescente por acorralar a los acontecimientos, logrando resultados a su antojo, ya ha pasado a la historia y está sumergido en un mundo más maduro con el uso de cábalas para casos que se consideran de cierta importancia.
Hay algo de lo que no hay duda, y es que por sobre todas las cosas, el pequeño C. pertenece a un grupo de cabaleros creativos, inquietos y emprendedores en contraposición a quienes aceptan lo pactado por cabaleros de antaño.

En tiempos de Uruguay en el mundial, las cábalas escondidas aparecen. Reflorecen los que fuera de época dicen no ser supersticiosos pero que por las dudas, adoptan una postura de cabaleros pasivos, individuos que con actitud respetuosa hacia el mundo irracional del destino marcado, actúan o dejar de actuar, sin intervenir pero tampoco dejando intervenir a las malas mufas. Él está convencido que todos, TODOS, somos cabaleros pero que lo manifestamos en distinta medida. De hecho afirma, que en aprietos, todos, TODOS, de alguna u otra manera, tarde o temprano recurrimos a las cábalas. Cuando se le pregunta qué opina de la gente que rechaza la conducta cabalera, me mira con cierto desprecio y enseguida cambia su rostro por uno con signos de superación y altivez. Pues me dice que son hipócritas, aquéllos que frente a todos, se apoyan en una contracultura de la superstición, para luego, a solas, en su cuarto, cuando termina el día y el mundo está alejado, allí donde se encuentran con ellos mismos, cuando apoyan cabeza en la almohada, se dan cuenta que en realidad sí son supersticiosos. Comenta también que por orgullo, los anticabaleros, nunca confesarán esa debilidad que sufren en soledad, la hipocresía de su destino. Esa debilidad la tratan de combatir mediante su discurso agresivo y violento hacia los cabaleros, adjudicándole a éstos, la soberbia de creerse manipuladores de grandes acontecimientos mediante pequeños actos. Pues argumentan que no puede ser posible que consigan un ascenso o que un cuadro salga campeón porque a ellos se les ocurra caminar cinco días a la semana por una vereda y los otros dos por la otra durante 43 semanas al año los años pares.

De todas formas, hay algo del pequeño C. que estamos seguros, y es que por su esencia cabalera, por su condición de supersticioso, nunca nos contará ni el 10% de todas sus cábalas, por miedo a que al ser entregadas a la vida, éstas tengan efectos secundarios que lo perjudiquen.

De chico supe ser más cabalero, luego me ganó el racionalismo, pero está claro que de vez en cuando, sin llegar a extremos enfermizos, vuelvo a ser niño y vuelvo a la imaginación del destino marcado por las pequeñas cosas.

Dedicado a dos grandes cabaleros de alma como F.G. (Nacional) y A.C. (Peñarol).

jueves, 3 de junio de 2010

Justo ahí, comprendió.

Le faltaba el aire cuando se dio cuenta que ese dolor en el pecho era finalmente lo que más temía. Se dio cuenta en ese instante, con la muerte así de cerca, que la capacidad de amar es una habilidad que se desarrolla y que así como se desarrolla también puede volver hacia atrás para quedar como un hueso flaco, desganado y con el recuerdo de lo que fue y ya no es. Recordó en ese preciso instante la vez que se sorprendió a sí mismo al darse cuenta de su enorme entrega hacia los demás y que ahora ya era un condenado que había desaprendido todo lo bueno que en algún momento pudo saber, o mejor dicho, creyó haber adquirido. Se dio cuenta que así como se aprende, se desaprende y así como uno desarrolla esa capacidad de empatía también se la pierde si no se está atento. Eso mismo, si no se está atento. Ahí le terminó de cerrar la teoría. Había que estar atento y se resolvía el enigma de la felicidad. Estar atento para no perder esa capacidad de amar, para no olvidarse de lo verdaderamente importante. Allí fue que imaginó por un momento que su enfermedad se daría por vencida y saldría de aquella sala blanquísima para dar una sorpesa a la vida con la cuestión resuelta: habiendo aprendido a vivir. Pero habiendo logrado semejante cosa, se daba cuenta que por primera vez estaba tan cerca de la vida como de la muerte. Pues durante toda su vida no había estado ni con una ni con otra, hasta ese instante, con la muerte de un lado y la vida del otro. Como recién vuelto de un viaje interior, miraba las cosas sorprendido, impresionado de sí mismo con una felicidad inmensa, la felicidad de entender la sencillez de las cosas y la plena confianza de poder morir con tranquilidad por el simple hecho de haber aprendido a vivir. Sin embargo le quedaba un deseo más: volver a la vida y compartir lo aprendido en ese abismo para que los demás no tuvieran que pasar por lo que pasó él. Imaginó que no lo comprenderían como él no comprendió a muchos cuando le advertieron. Se dio cuenta también que la seguía amando aunque el pasaje del tiempo hubiera endurecido su corazón para poder continuar. Se dio cuenta que había hecho lo mismo con los demás y que hubiera preferido entender esas cosas antes. Estaba feliz porque finalmente había entendido. Estaba triste porque era tarde. Sin embargo, el recuerdo de los consejos que no había comprendido en su momento le dibujaban una sonrisa en la cara por el hecho de darse cuenta que no había estado solo pese a haberlo creído así. Además, la esperanza de explicar esto a los demás y mostrarles su madurez en sus últimos minutos lo regocijaba y le hacía sentir que podía descansar en paz, pues ahora sí estaba seguro que había aprendido a morir con vida.

sábado, 29 de mayo de 2010

Está todo cocinado...

Escena 1.
A dos cuadras de la estación de subte de Takoma, en Washington DC, subo las escaleras de piedras inscrustadas en ese pasto que ya toma color primaveral, toco la puerta, entro al hostel, apunto mi nombre en la planilla que me entregan y al fiscalizar mis datos, la dueña me dice que falta anotar mi país de procedencia. Le digo Uruguay, me mira con cara extraña, no extrañado de su extrañez procedo a explicar mediante una frase de cassette que Uruguay es un país en Sudamérica entre Argentina y Brasil, y para mi sorpresa, su sorpresa no era la rareza del nombre de mi país o la completa ignorancia del mismo, sino por el contrario la entera familiaridad que tenía con el país con nombre de río. De hecho, me cuenta que en el hostel está viviendo hace unos meses un uruguayo artista, me dice que en este momento no está pero que pronto me lo presentará. Subo, dejo mis cosas en mi habitación compartida con un alemán, una keniata y una finlandesa, y paso al baño para darme una ducha. A la salida me encuentro con la keniata y me cuenta que está viviendo en el hostel también, buscando trabajo y que mañana se levantará temprano para ir a una entrevista. Enseguida me doy cuenta que este es un hostel distinto y ella me comenta sobre el artista uruguayo que vive allí. Minutos más tarde llega L. S., uruguayo, montevideano, del buceo, y allí en Takoma, Washington DC, pasa a ser el primer uruguayo que veo desde hace 3 meses, esucho su "ta", "che", "bo", "aguantá", como un guiso preparado con una carne que consigue a menudo y me cuenta sobre su vida en España y sus últimos 7 años en Estados Unidos. Me cuenta que hizo infinitos trabajos, desde limpiar las calles de nieve hasta montar su taller artístico junto con otros latinos. Me entrega su tarjeta, con su dirección donde se encuentran más trabajos desarrollados por él. Agradezco el gesto y guardo su tarjeta en mi billetera. De nariz punteaguda, pelo largo y canoso, con dientes amarillentos y una sonrisa entreabierta, con reflejo de nostalgia y amargura, con una mirada que señala una vida dura, de una bohemia sostenida rígidamente durante años de militancia artística si así se le puede llamar, es que L. S. se sienta en ese sillón undido con la tele en el canal latino, tratando de hablarle a los presentes en un inglés precario, explicando los ingredientes de su plato como tratando de señalar que no es ningún chef sino que la vida lo llevó a rebuscáreslas y "aprender un poco de todo".
Escena 2.
Me subo al 222, interdepartamental, en la parada de Tres Cruces, rumbo al este. Pago mi boleto y diviso un asiento libre en el fondo, no sólo eso, además es el de la ventana. Hace poco más de diez días que estoy por Uruguay y quiero ir mirando la ciudad, mientras ella se pasea frente a mis ojos como una película, disfrutando de la brisa en mi cara. Quiero sentir la libertad que transmite esa suave caricia de viento en mi rostro mientras cierro los ojos e imagino lo que imagino. En la parada de Francisco Simón, se sube una cara que conozco. Esa nariz ya la vi. Se quiebra en un punto para cambiar de dirección y hacerse más ancha. Ese pelo canoso me suena conocido. No puede ser. Creo que el estruendo citadino y el aire con gusto a caño de escape me están afectando. No puede ser. Seguro que la llegada me está afectando y ahora la cosa se pone peor, imaginando seres que seguro no son lo que parecen ser. No puede ser. Debe ser que estoy extrañando, que no me adapto del todo a la vuelta y comienzo a delirar. Realmente es lo que parece que es? Sería demasiado. Indicaría que está todo arreglado. Ya no creo en las coincidencias, evidentemente, este tipo no me lo tropiezo dos veces en la vida con tan poca distancia en el tiempo, y de esta manera. Realmente no puede ser. Me mira, lo miro, me mira, lo miro otra vez. Veo que me ve desconcertado y no se da cuenta de lo que está sucediendo. No se da cuenta que está todo arreglado. Me levanto de mi asiento y con mis ojos clavados en su mirada, le digo.
-Te puedo hacer una pregunta?
-Sí, cómo no.
-Vos sos artista?
-Sí
Responde con naturalidad y cierta ansiedad.
-Viviste como 7 años en Estados Unidos?
-Sí
Esta segunda respuesta ya fue con algo más de curiosidad, como tratando de descifrar lo que se vendría.
-Te acordás de un uruguayo, con el que charlaste en un hostel de Takoma, en Washington DC?
Abro mi billetera y saco su tarjeta. La ve y no lo puede creer. Íbamos a la altura de Mariscala, cerca de donde se instala Beto Carrero y esa tarjeta había viajado miles de kilómetros, desde el norte de Estados Unidos, pasando unos meses en el estado de Alabama, para tomarse cuatro aviones y parando en Huntsville, Atlanta, Miami, Bs As y finalmente en Montevideo. Había sobrevivido a mis primeros días en Montevideo. Había andado en bicicleta por 18 de julio, había estado por varios barrios de la capital, había estado presente cuando mi hermano dijo lo que dijo y había transitado caminos cercanos al amor. Ahora esa tarjeta, con su nombre inscripto, viajaba a unos 50km/h en un interdepartamental montevideano con un destino que podía cambiar nuevamente. La capacidad de asombro, ésta vez, me superó, dejándome un extraño esepticismo frente a las casualidades, bajándome el grado de confianza con las causas e inclinando la balanza con la teoría del destino. Es posible que nunca más lo vaya a ver pero lo vi por segunda vez y eso alcanzó para dejar ese mensaje que estaba esperando.

domingo, 23 de mayo de 2010

Días que serán recordados

El viaje técnicamente ha terminado. Ahora tengo tildes y enies. Ya piso veredas cuadriculadas y baldozas flojas. Escucho el ruido montevideano y me rodeo de familia y amigos. Ya no me suena de otro planeta escuchar gente con mi acento y de a poco me voy acostumbrando a las conversaciones locales, a los temas que emocionan y conmueven a uruguayos. Escucho y analizo la visión que me dan amigos y conocidos sobre cómo estamos parados como país en el mundo, sobre nuestra cultura y sobre nuestra sociedad y la comparo con aquella visión de los que están lejos de su país, por el norte, que hasta hace poco venía sintiendo desde allá y haciendo el ejercicio cruzado de compararla a la distancia con la de acá. Se supone que terminó, pero sigo viajando. Se supone que llegué, pero siento que soy turista por momentos. Se supone que me estableceré y volveré a hacer mi vida, pero de algo estoy seguro y es que no volveré a ser el que fui, pues como dicen, esas experiencias marcan y nunca se vuelve del todo. Vas dejando pedacitos de tu alma por el mundo, en una suerte de trueque de vida entre el viajero y el entorno. Es simple, el viajero deja su parte y se lleva otra a cambio. Luego vuelve y ya no es el mismo, para pasar a ser una mixtura de experiencias. Es así que quien viaja va en busca de vida por la vida, en busca de historias y experiencias, encontrando todo y siguiendo en esa eterna búsqueda que siempre tiene algo nuevo para regar el alma.

En ese borbollón de emociones que significa volver al país luego de tanto tiempo, es que me encuentro con un domingo distinto, incomparable con nada que haya vivido hasta el momento. Porque hoy es un día especial. De esos que serán recordados por el resto de mi vida. Y eso, creo, es decir bastante. En el cumpleaños número 25 de mi hermano N, el número 22 que me toca vivir a mí junto a él, mi hermano S, con una calma sorprendente comunica que somos más viejos. Nos dice que seremos tíos, mi madre abuela, mi padre abuelo, que K será madre y que él será padre. Todas esas cosas juntas con tan solo una palabra, con un gesto tranquilo y con una sonrisa dibujada en su rostro, con una mirada que es sólo una ínfima parte de la emoción que debe de haber sentido al contarnos la buena nueva. Quienes estábamos presentes nunca olvidaremos la forma con la que recibimos esa simple frase, que sin dudas cambiará nuestras vidas, pues es el principio de una nueva etapa, pues en cuestión de segundos, todos los allí presentes crecimos un poco, se nos infló el pecho y nuestra mente viajó de emoción imaginando cómo será nuestra casa, nuestra familia y nuestro entorno con esta nueva vida. Fue como si la casa se hubiera inundado de música, de las mejores melodías y de repente una simple nota hubiera cambiado el trayecto de la sinfonía. Hoy es un día especial, pues ya no hay duda que mi juventud cambia su recorrido y se pasea por caminos hasta ahora no transitados. Uno crece imaginando vidas, casando gente y viendo nacimientos en su imaginario, pensando cómo nos veremos de viejos y cómo será un hermano cuando sea padre, cómo será una madre cuando sea abuela, un padre cuando sea abuelo y cómo será una cuñada cuando sea mamá. Eso ya no es algo lejano. Por primera vez es algo que está tan cerca como el próximo cumpleaños, el próximo verano, o los próximos chapuzones en el mar. Es el comienzo de una nueva generación, el/la primero/a de un nuevo grupo de gente, que luego nos mirará como nosotros miramos a nuestro padres y abuelos. Es el comienzo de una nueva vida, en el que esta familia ya pasará a sentarse frente a la mesa de una nueva forma, con nuevos vientos. Puedo decir que ya está transformando nuestras vidas y pronto lo hará con mayor fuerza, modificando nuestra forma de ver las cosas. No hay mucho más que decir, mucho más en qué pensar, solamente sabemos que hoy es un día especial, de esos que serán recordados por el resto de nuestras vidas.

domingo, 2 de mayo de 2010

Recuerdos inmigrantes en un dia de lluvia con Armstrong

Me despierto luego de tener la sensacion de estar por despertarme hace rato. Con un movimiento oscilante, me quede dormido hace realmente no se cuanto y sinceramente no tengo idea de donde estoy. Trato de investigar en mi desconcertada cabeza pero no puedo saber cuanto dormi. Miro por la ventana y la luz del sol no me da demasiada informacion, no tanta como quisiera. Busco un reloj y mi celular no tiene bateria. Busco carteles en la carretera con la intencion de encontrar la posicion geografica actual para con eso llegar a alguna conclusion temporal que alivie mi curiosidad. No se hace cuanto que viajo pero se que hace mucho que escucho voces y de todas maneras mi cansancio me vencio, hace no se exactamente cuanto, y quede dormido. En mi falda, un libro del joven escritor asiatico norteamericano Tao Lin. Lo miro, y recuerdo la forma con la que describe a la considerada "Fucked Generation". Me acuerdo de las hamburguesas y del facebook. De la depresion con la que describe el mundo de los navegantes de la internet y la bohemia neoyorkina. Enseguida me tocan el hombro y mi companero de asiento en el viaje de regreso de Atlanta, se presenta. Me dice que su nombre es James y me estrecha la mano. Me cuenta que esta viajando a California y le conetesto que no viajo tan lejos. Me explica que lo espera practicamente un dia de viaje entre omnibus y espera en estaciones de Alabama, Texas y Arizona. Le pregunto su edad y me dice que tiene 8 anos y que le gusta mucho pintar, no dibujar. Me aclara la gran diferencia entre pintar y dibujar. Mientras me explica recuerdo haber tenido la misma preferencia en mi infancia. Me explica que no dibuja tan bien pero que sin embargo colorea con una dedicacion formidable. Colorea a Hulk, con un verde que ya no tiene punta y cambia de verde, por uno mas oscuro. De hecho, tiene un libro entero, de 60 paginas con caricaturas de Hulk para colorear. Los otros colores permanecen practicamente intactos, salvo los verdes. Los verdes van muriendo de a poco. Al llegar a Anniston, Alabama, cambia de verde otra vez. Enseguida viene a mi mente un viaje por el interior de Uruguay, con mi padre y mi hermana, que prometia horas de carretera y mi entretenimiento era una cartuchera con colores y un cuaderno. Recuerdo haber tenido el mismo problema, pero con la desventaja que ademas de colorear, tenia que dibujar. Ahora James y yo, me doy cuenta, tenemos mas cosas en comun. A ambos nos gusta mas colorear que dibujar y el verde es algo que nos limita la expresion.
Pienso en el momento en que me estrecho la mano, hace instantes, y sonrio sin explicarle el porque. Me invita con sus golosinas y sigo leyendo. De reojo veo que Hulk esta cada vez mas verde y desde el asiento de al lado me mira con ojos amenazantes. Miro por la ventana y pienso en cuantos km corresponden a 86 millas. Me lleva unos instantes la conversion y enseguida me acuerdo de ese mismo mediodia, en Atlanta, a pasos de la CNN, en la madre de ese pequeno mexicano. Su nombre, Rodrigo, su edad, desconozco. Pero se que su madre nacio en 1977, dos anos antes que mi hermano mayor, de hecho la comparacion es inevitable. La comparacion entre mi hermano y la madre de Rodrigo, entre el pequeno mexicano y el pequeno James. Escuche como esa inmigrante mexicana pasaba por celular algunos datos tales como, fecha de nacimiento, numero de identidad, ciudad de origen y algunos datos mas que no pude interceptar en ese Subway, mientras degustaba un "footlong sandwich" con todo menos picante. La note nerviosa, como haciendo algo importante. Parecia estar en el pais hace relativamente poco. Realmente no sabre si acababa de llegar o hacia anos que estaba por aca, pero dio la sensacion de ser nueva en el asunto. En varias oportunidades corrigio la conducta de su pequeno, por no ser digna de un lugar publico y menos durante el almuerzo. De repente cambie de foco, pase a la mesa de al lado, donde dos afroamericanas discutian a los gritos y hablaban de la vuelta de Tiger Woods al deporte. Cambie otra vez de foco y vi como un asiatico de ojos no tan orientales que me suponia mezcla con occidental, dialogaba con un asiatico de pura cepa, en la otra mesa. Mas atras vi como un norteamericano de aspecto originario aparentemente anglosajon comia solo su "6 inch sandwich", leyendo el Atlanta Journal. De ojos claros, rubio y lentes, hacia su corte del dia, poniendose al tanto de lo que pasaba en el mundo, alli, enfrente a la CNN. Pues en casa de herrero, cuchillo de palo. Enseguida pense en la diversidad demografica de este pais. En un mismo restaurant de comida rapida se encontraban grupos de origenes africanos, asiaticos, latinos y europeos. Ahora pienso en Rodrigo y en James. En Ellis Island y el origen migratorio de esta nacion. Y tambien pienso en la ley del estado de Arizona y las protestas en Phoenix, que en mi mente, ya no es solamente la ciudad asociada a Mc Gyver, sino que ahora esta cargada de contenido politico y por que no tambien moral, sobre la complejidad del tema migratorio. Pienso en Espana y los inmigrantes africanos, en como tratamos a los inmigrantes en Uruguay, de los bolivianos en Argentina y al mismo tiempo en los problemas que esta teniendo Estados Unidos, con su sistema de seguridad social, y con el pronostico de pasar de tener un ratio de 3.3 trabajadores por jubilado en estos dias a tener un ratio de 2.1 para el 2034. Enseguida pienso si la labor de los inmigrantes no sera parte de una posible solucion a la presion economica que tiene esta poblacion con tendencia envejecida. Las variables estan en la mesa, el potencial esta puesto en discusion. Solo resta ver cuales seran los proximos pasos a nivel politico, con una Casa Blanca senalada y con un congreso que ya no puede postergar mucho tiempo mas ciertas decisiones y con la dificultad de ser un ano de elecciones parlamentarias. Mas aun, con una reforma migratoria, que fue tema de todos los programas politicos en las elecciones de 2008 y con un voto latino que colaboro con democratas. Solo resta ver como esta reaccion en el resto de los estados fronterizos sigue haciendo fuerza y como el presente gobierno norteamericano se enfrenta a uno de los problemas mas complejos, que por esencia de los valores de los fundadores de esta nacion, que tienen origenes en los pensasdores de la ilustracion, valores de libertad, de igualdad y de derecho a la felicidad, se hace mas que presente en este siglo XXI que comienza la segunda decada con unos cuantos temas por resolver.

Hoy redescubri a Louis Armstrong, a su musica y sus controversias en tiempos de lucha por los derechos civiles. Redescubri al "boca de bolsa" y disfrute una vez mas de "What a wonderful world". Me deje llevar por sus trompetas y esa sonrisa que cautiva al publico incluso despues de la muerte. Todo eso, en un dia pesado, con ganas de llover desde hace tiempo, con calor humedo que hasta el mas fanatico del verano pide que llueva para descargarse de una vez por todas. Que caigan los rayos, que llueva con fuerza y se descargue de ese calor agobiante, para descansar un rato en este estado del sur.