jueves, 10 de junio de 2010

CasoCabalicus

Desde niño el pequeño C. se crió en un ambiente de superstición. Aprendió a rascarse siempre con el mismo dedo cuando le pica la cara, a apagar la tele siempre en el mismo canal. Apoyar la nalga izquierda de un lado y la derecha en el otro lado del sillón, mientras mira un partido de fútbol. Usar siempre la misma cucharita, la que tiene una marca pequeña que sólo él ve, para revolver ese café con leche mañanero. También pudo incorporar manías como la de sintonozar la radio con volumen 14 para luego subirlo a 17, darse vuelta el calzoncillo de cuadraditos y doblarse el soquete izquierdo, cambiar de bolsillo el lugar de las llaves de su casa para que aparezca el ómnibus que está esperando o también mirar fijo el cartel de la parada para que venga rápido su transporte. La vida le enseñó, por cuestiones de ensayo y error, en una comprobación cuasi científica que si cuando está cruzando la calle, la luz del sempaforo se pone en amarilla es porque lo que está pensando en ese mismo momento no va por buen rumbo, indistintamente de si lo que piensa es sobre su mejor amigo, sobre la guerra en Irak, o el casamiento de su hermano. Luego de tener esas corazonadas toma las medidas correspondientes y aconseja a sus seres queridos u opina sobre asuntos internacionales basado en lo que para él es una verdad absoluta e incuestionable. Antes de bajarse del ómnibus, demostró, que dar cuatro pasos cortos, y luego pisar fuerte con la zurda, sirve para contrarrestar el efecto de la luz amarilla del semáforo de las malas predicciones.
Es así que C., supo criarse en un ambiente donde todos conocían las manías del destino. No obstante, fue más allá, y en su espíritu explorativo es que pudo descubrir otras tendencias caprichosas de lo que puede ser la buena o mala suerte. Se abocó a estudiar qué tipo de sucesos, aparentemente rutinarios, son los que afectan los grandes acontecimientos. De esta manera descubrió cábalas por sí mismo apoyándose en el método científico y concluyendo a través del método inductivo que la lógica ampara. Pues claro, no quería quedarse en el mundo irracional de las cábalas sin explicación, tenía que comprobarlas. Es así que hasta llegó a descartar cábalas ya existentes por denotarlas de sin sentido, aunque le costara la amistad de familiares y amigos cabaleros de tradición, cabaleros de la vieja guardia, dando lugar a una nueva era en el mundo de la superstición, marcando así un nuevo destino. Desmintió el mito de pasar por debajo de la escalera, el del gato negro y el de la ruptura de espejo. Las sustituyó por usar la corbata al revés, dormir con la almohada en los pies, ir a espectáculos arísticos siempre con la misma gente. En cuanto al deporte, ya de grande, el pequeño C. estuvo durante años tratando de resolver el enigma de la compañía ideal para presenciar partidos de fútbol y basketball. Probó con todo. Con amigos, enemigos y hasta desconocidos. Tuvo una época que los miraba por televisión, otra en la que optó por presenciarlos por su cuenta, pero ésto tampoco le dio resultado, hasta que se dio cuenta que la clave estaba en alternar tres partidos con compañía y uno sin, y a su vez cada uno de los tres partidos a los que asistía acompañado, debían ser uno con una mujer y los otros dos con dos hombres, preferentemente mayores de 23 años (este último por telvisión). En caso de llover estaba claro que esta teoría no funcionaba, no teniendo hasta el momento una cábala resuelta para este caso, siendo un gran dolor de cabeza y caso de estudio de quien estamos hablando.
Esta extraña condición le jugó durante su vida malas pasadas, tiempos de frustración y por sobre todo, una adicción infrenable que lo perjudicó en el ámbito social, volviéndolo un ser con serias dificultades para relacionarse, pues ante todas las cosas, reinaba la obsesión de sus cábalas. Con el tiempo, la madurez de un cabalero de la vida, le enseñó el dulce camino de llevar las cábalas con moderación. Ahora esa pasión adolescente por acorralar a los acontecimientos, logrando resultados a su antojo, ya ha pasado a la historia y está sumergido en un mundo más maduro con el uso de cábalas para casos que se consideran de cierta importancia.
Hay algo de lo que no hay duda, y es que por sobre todas las cosas, el pequeño C. pertenece a un grupo de cabaleros creativos, inquietos y emprendedores en contraposición a quienes aceptan lo pactado por cabaleros de antaño.

En tiempos de Uruguay en el mundial, las cábalas escondidas aparecen. Reflorecen los que fuera de época dicen no ser supersticiosos pero que por las dudas, adoptan una postura de cabaleros pasivos, individuos que con actitud respetuosa hacia el mundo irracional del destino marcado, actúan o dejar de actuar, sin intervenir pero tampoco dejando intervenir a las malas mufas. Él está convencido que todos, TODOS, somos cabaleros pero que lo manifestamos en distinta medida. De hecho afirma, que en aprietos, todos, TODOS, de alguna u otra manera, tarde o temprano recurrimos a las cábalas. Cuando se le pregunta qué opina de la gente que rechaza la conducta cabalera, me mira con cierto desprecio y enseguida cambia su rostro por uno con signos de superación y altivez. Pues me dice que son hipócritas, aquéllos que frente a todos, se apoyan en una contracultura de la superstición, para luego, a solas, en su cuarto, cuando termina el día y el mundo está alejado, allí donde se encuentran con ellos mismos, cuando apoyan cabeza en la almohada, se dan cuenta que en realidad sí son supersticiosos. Comenta también que por orgullo, los anticabaleros, nunca confesarán esa debilidad que sufren en soledad, la hipocresía de su destino. Esa debilidad la tratan de combatir mediante su discurso agresivo y violento hacia los cabaleros, adjudicándole a éstos, la soberbia de creerse manipuladores de grandes acontecimientos mediante pequeños actos. Pues argumentan que no puede ser posible que consigan un ascenso o que un cuadro salga campeón porque a ellos se les ocurra caminar cinco días a la semana por una vereda y los otros dos por la otra durante 43 semanas al año los años pares.

De todas formas, hay algo del pequeño C. que estamos seguros, y es que por su esencia cabalera, por su condición de supersticioso, nunca nos contará ni el 10% de todas sus cábalas, por miedo a que al ser entregadas a la vida, éstas tengan efectos secundarios que lo perjudiquen.

De chico supe ser más cabalero, luego me ganó el racionalismo, pero está claro que de vez en cuando, sin llegar a extremos enfermizos, vuelvo a ser niño y vuelvo a la imaginación del destino marcado por las pequeñas cosas.

Dedicado a dos grandes cabaleros de alma como F.G. (Nacional) y A.C. (Peñarol).

1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo con el pequeño C. Cuántos uruguayos en este mundial no usaron cábalas para los partidos? Cuántos están pensando en las del próximo? Estaría bueno hacer un ranking!

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