martes, 16 de septiembre de 2014

Valentia Edetanorum, Balansīa, Hispania.

Cinco días y medio van de Valencia, algo importante para mí pero que representa un porcentaje ínfimo de su historia de vida que comienza 138 años antes de Cristo, cuando los romanos comenzaban a animarse a salir de la península  Itálica, luego de la llegada de Amilcar Barca a Iberia pero bastante antes de la gran expansión del Imperio y de Julio César. Fue una de las primeras colonias romanas fundadas en terreno Ibérico que servía de ruta estratégica para el comercio mediterráneo-cartaginés. 

Es la misma ciudad en la que años más tarde se instalaron un par de siglos los visigodos, provenientes de Germania y en la que luego se instalaron durante unos 500 años los musulmanes y posterior a eso, alrededor del 1200 la conquistara el cristianismo, es decir, hace unos 800 años. Sería entonces parte de un reino y luego del otro, luego de las Repúblicas, luego del Reino y ahora también parte de un país que está en el contexto de la Unión Europea.

Caminar por Valencia inspira historia viva, transmite puerto, grúas, contenedores, comercio, nacionalidades, mezcla y por supuesto, inmigrantes. Está Russafa, está la Plaza de la Reina, del Ayuntamiento, están las increíbles Torres de Serrano, literalmente salidas de un cuento medieval, algunas construcciones del 900 francés y un sinfín de monumentos que realmente dan ganas de seguir caminando y mirando para arriba, embobado por la belleza arquitectónica y la mezcla de épocas y culturas.

Esa mezcla de culturas está siempre presente, en los chinos con sus tiendas de todo por pocos euros, en las pensiones de los gitanos con los gipsy kings a todo volumen, ventanas abiertas y alguna ropa colgada, en algunos centro-americanos que pasean escuchando reggeton, en los cientos y miles de estudiantes erasmus europeos, los sudamericanos y africanos que vienen a formarse en la UV y la UPV, y hasta en los rusos magnates post-cortina de hierro que vienen a comprar las casas que hace unos años salían el doble y compraron los españoles y que quizá dentro de unos años salgan nuevamente el doble y las puedan volver a comprar. Ironías de un mercado inmobiliario que esta ciudad maneja a la perfección, con el rubro de la construcción completamente estático e infinitas viviendas sin ocupar, dispuestas a ser alquiladas por gente que va y viene todos los semestres, y que demanda apartamentos, cuartos o camas y comparte gastos de luz, agua e internet. Está claro, si hay algo que sobra en Valencia además de apartamentos, es ese dinamismo cultural y comercial que se remonta a sus orígenes y a su historia.