viernes, 8 de octubre de 2010

La llegada del gran paquete

Comenzaba la primavera cuando los técnicos del pueblo fueron a buscar el paquete a la estación de tren. Era el gran paquete, el paquete que todos esperaban. Los técnicos tenían el honor de ser quienes estaban a cargo de ir a recibirlo, abrirlo, estudiarlo bien y tratar de ponerlo en marcha. Hacía más de tres años que había surgido la idea y uno desde que se había encargado el paquete. Dentro de esa caja enorme, estaba lo que todos estaban imaginando, de lo que todos hacía meses que venían conversando, sobre lo que más de uno tuvo sueños en los que aparecía: ahí dentro estaba el semáforo.
Era el primer semáforo que se ponía en el pueblo y hacía meses que en las escuelas, los viajes de Colón habían pasado a un segundo plano para dedicar toda la atención a las reglas que este nuevo aparato comenzaría a imponer en esta pequeña sociedad. En los dos periódicos del pueblo, vistosas portadas dedicadas al nuevo centro de atención se podían contemplar en los kioscos de la plaza principal, donde, según lo previsto por la municipalidad, en cuestión de unos días estaría presente, como testigo principal de todos los acontecimientos del pueblo, el mencionado aparato.
Era viernes por la tarde, y como todos los viernes, desde hacía 4 meses, se estaban dictando las capacitaciones para los habitantes de avanzada edad, para que no hubiera imprevistos y todos estuvieran de acuerdo a la hora de comenzar a utilizar el semáforo.
Era sencillo:
Primero pararse con intención de cruzar la esquina de Cno. Dr. Estiris y Av. Muslino. Luego observar, de todos los semáforos colocados, (uno en cada esquina), el que se encuentra frente al peatón. Y finalmente acatarse a las reglas básicas: verde cruzar, rojo frenar, amarillo apurarse en caso de haber emprendido la marcha. Esto conducía a la lógica de estar pendiente del color de la luz durante el cruce en sí mismo y no solamente en los momentos previos. Introducía una complicación más, pero la gente estaba segura que esto funcionaría. Un aire de optimismo inundaba el pueblo.
A la hora de ir a buscar el paquete, mezclado entre los técnicos, además de los niños que asomaban con curiosidad para tener un vistazo de la novedad, había manifestantes contrarios a la postura de la municipalidad. Manifestaban su desacuerdo de volverse esclavos de las reglas de una máquina. Argumentaban que de esta forma, se estaba dando un paso equívoco hacia un camino que solamente conduciría a la explotación del hombre por las máquinas, un mundo en el que el hombre comienza a subordinarse y ser esclavo de su propio invento, pues estaba claro que luego del semáforo vendrían máquinas controladoras del sistema de semáforos y luego de ellas, máquinas controladoras de las máquinas controladoras y de esta manera un sinfín de pasos en la jerarquía de la automatización de este mundo gobernado por la abstracción. "Pues la máquina la hace el hombre y es lo que el hombre hace con ella lo que deja de hacer con su mujer" se podía leer en una pancarta que parecía desentonar con las demás.
La municipalidad estaba decidida a ganar esta pulseada. Había dejado gran parte de su presupuesto en este proyecto, que se consideraba de avanzada, y mediante el cual podría sostener una parte importante del peso de la próxima campaña electoral. Era el momento del oficialismo argumentado. El momento de ganar una campaña con hechos y no con promesas infundadas. Ahora se podría prometer con otra base, con la seguridad que una buena gestión, la gestión del semáforo, sacó adelante el pueblo, lo llevó al progreso y demostró el poder, dejándolo como pionero en la provincia, y quizá luego de otra administración más, podría llegar a estar dentro de los mejores pueblos de todas las provincias del sur. Claro estaba, que este semáforo, tenía una significancia política importante, y que habría que luchar contra cualquier impedimento.
La campaña del semáforo fue feroz. Los niños, luego de pasarse 4 horas en la escuela escuchando las ventajas del semáforo, salían a la calle y veían publicidad en las esquinas, imágenes de actores famosos cruzando por semáforos brillantes y relucientes, publicidades en la radio en las que se escuchaba al alcalde recitar las ventajas del nuevo orden, y comentarios de gente que había tenido oportunidad de viajar a la ciudad y daba notorio testimonio de la necesidad del semáforo para imponer cierto orden rumbo a la prosperidad. Ya no se hablaba de otra cosa hacía tiempo. El nivel de ansiedad llegó al punto que en la plaza principal se colocó una cuenta regresiva con los días restantes para la colocación del semáforo.
Es así que la llegada del paquete, en ese viernes de primavera, en la estación de tren de aquél pueblo, se produjo una avalancha sin precedentes, al punto que se tuvo que restringir la entrada de gente a la estación, situación que fue aprovechada sutilmente por vendedores de garrapiñada y peluqueros ambulantes que por unas monedas hacían el "corte semáforo" a niños pequeños. En un acto de populismo exacerbado, el alcalde dio la orden de que el semáforo fuera abierto ahí mismo, con el pueblo reunido, para que todos tuvieran la oportunidad de verlo antes de su colocación. Los técnicos no estuvieron de acuerdo con dicha orden y no se entendieron entre sí, en medio de la muchedumbre. Esto generó que, frente a la aparente disonancia de los referentes en cuestión ante semejante improvisación y ruptura de los protocolos establecidos, la seguridad fuera vencida y la gente se avalanchara en forma desenfrenada hacia el semáforo, abriendo el paquete a golpes y dejando el aparato al descubierto en cuestión de segundos. La euforia generalizada comenzó a transformarse y se mezcló con la ira de los manifestantes, que tomaron a golpes el paquete, se comieron las luces y escupieron los vidrios a la gente, defecaron sobre el mástil y destrozaron a patadas la base y grafitearon la carcaza de color rosado. Al cabo de unos minutos, se hizo un hueco entre la gente, con el paquete destrozado en el medio, se pudo ver cómo todo estaba terminado. La municipalidad no tenía presupuesto hecho para este tipo de casos y hubo que recaudar fondos para comprar pintura blanca y hacer una cebra, en la esquina de Cno. Dr. Estiris y Av. Muslino. La municipalidad ya tenía impresos los panfletos de las próximas elecciones, alusivos a "La Gestión del Semáforo", panfletos que tuvieron que ser sustituidos por logotipos al estilo cebra y con promesas de próximos semáforos y una campaña aún más fuerte en la "educación de las masas para la preparación del terreno para la llegada de la tecnología a un pueblo que será de avanzada, sin dudas, en próximos años."