miércoles, 4 de agosto de 2010

Peluquería "La Venganza"

Ir de buzo con capucha a una peluquería no es la mejor idea, pensé. Me vino la imagen de una capucha llena de pelos, como una montaña que me acompañaría detrás de la nuca, con una vaga idea de su tamaño y especulando sobre su forma. Me imaginé rascando mi cuello, tratando de sacar los infinitos restos de pelo recién cortado de mi nuca. Imaginé el alivio que se siente cuando a uno le pasan el cepillo ese, bañado en talco, la suavidad con la que acaricia el cuerpo y saca cualquier intento arrebatado de generar incomodidad y picazón. Pensé en el buen invento que era y en quién habrá sido la persona a la que se le ocurrió semejante cuestión, y que seguramente murió en el anonimato. Pensé en lo increíble de estar haciendo uso cada vez que uno se corta el pelo de semejante invento sin siquiera saber absolutamente nada de quien imaginaría tal cuestión por primera vez. Todo eso sucedió instantes antes de entrar en aquella peluquería, la más barata de la zona.
Al entrar, el ritmo de los secadores de pelo hacía acordes disonantes con la voz de Viviana Canosa, las revistas arrugadas mostraban noticias con fechas equivalentes a cuatro cortes de pelo hacia atrás en el tiempo. Analizando la población presente pude concluir que era el único hombre y con seguridad el tercero más joven y el cuarto más viejo. Pues había dos clientes mujeres, una de ellas con una nena de unos 5 años que correteaba por entre los sillones y jugaba con los pelos recién cortados, la peluquera madre y la peluquera hija, la discípula.
Había dos posibilidades, la madre o la hija, la experiencia o la innovación, lo clásico o la improvisación. Cuestiones del destino quisieron que la cliente que atendía la peluquera hija tuviera el pelo más corto, o que lo quisiera más largo, que su pelo fuera más corto de cortar o que simplemente la hija se hubiera aburrido de trabajar en ese cabello y decidiera unilateralmente que ese era fin de su obra, de su creación.
Por ello, mientras recordaba algo que había aprendido hace no mucho, el hecho de que las mujeres no van a la peluquería solamente para cortarse el pelo sino que existen otros servicios que no necesariamente incluyen tijera, mientras pensaba en eso, fue que terminé de aburrirme en la espera y pasar a sentir la adrenalina que sólo da la peluquería cuando está por llegar ese momento, el momento de esa pregunta en la que se juega todo.
No me considero una persona que se haga demasiado problema sobre el futuro cercano de su cabello cuando se encuentra en el sillón de los acusados, mirándose a sí mismo en ese gracioso atuendo con toalla cubriendo cual servilleta gigante a punto de comer un banquete. No me considero así, sino más bien desinteresado del destino del estilo. Lo que sí me genera cierta preocupación, cierta verguenza y que por lo tanto me da una ansiedad es esa pregunta que uno sabe que pronto vendrá desde el otro lado:
-"Cómo lo querés?"
Es ahí cuando uno termina de no comprender esta lógica. La pregunta es clara y yo entiendo su cometido, entiendo que sea preguntada pero entro en un gran problema y es que NO sé cómo responderla, pues si hay algo que no sé, es de pelo, de moda, de cortes y de términos técnicos acerca de estilo, pero como todo ser humano necesito cortarme el pelo o que otro lo corte por mí.
Sé que no sé porque cada vez que hago el intento vano de responder esto tratando de ser comprendido, no lo logro, pues no encuentro los términos, las palabras correctas y por lo tanto queda en el aire una sensación de inseguridad por parte del peluquero que lo hace poner en una situación difícil, a veces, dependiendo de quién se trate, hasta incómoda, en la situación de crear a pincel suelto y a tijera desbocada. Al no entender lo que el cliente quiere, se encuentran en una situación de improvisar e interpretar lo que intentó decir con pobres adjetivos y claro desconocimiento de la materia.
En ese momento es que en general llego a la misma conclusión, que luego, en frío, me doy cuenta que es un disparate, pero que en ese momento me parece lo más sensato:
Por qué, si son ellos los que saben, preguntan a uno que no sabe ni sabe expresar lo que no sabe, cómo quiere tener el pelo?
Claramente, hay en semejante reflexión un exceso de pasión y falta de raciocinio, pues claro está que el peluquero necesariamente tiene que preguntar aquello, lo que hasta el día de hoy no sé contestar. Pensé en lo mucho que quisiera que alguien me dijera una respuesta cualquiera, por más que no fuera la que yo quisiera dar, aunque sea para poder decir algo en ese incómodo momento.
A semejante pregunta, hice un intento, esta vez por ser comprendido y dije:
-Lo quiero así como lo tengo ahora, pero más corto.
Noté que se reía y que estaba pronta para dar tijera suelta.
Sin embargo, la peluquera hija, fuera del protocolo peluquero, por cuestiones de sangre joven, hizo algo que hasta el momento ningún peluquero de la vieja escuela me había hecho.
-No sabés, pero decime a ver...Cómo te lo peinás? Y me dio el peine para que hiciera la demostración.
Ahí me di cuenta que esta peluquera era distinta, no estaba atada a los que se comportan según las reglas del pelo antiguo, que luego de ese silencio incómodo sacan conclusiones propias y no las transmiten al cliente, dándose cuenta que quien responde no tiene idea y que son libres para hacer lo que quieren, sino que estaba realmente abocada en solucionar el problema de la expresión de quienes no sabemos ni sabemos cómo expresar lo que no sabemos. Sin embargo, para colmo de males mi respuesta fue sincera.

-No me lo peino, pero cortame como te parezca.
-No te lo peinás, pero algo te hacés, no? Insistió curiosa.
-Bueno sí, me lo acomodo un poco.
-Con las manos?
-Sí, un poco con las manos, sí. Así mirá.

Observó el movimiento de mis manos detenidamente y pude ver cómo imaginaba en su cabeza posibles estrategias a seguir. La vi seguro, como sabiendo lo que estaba a punto de hacer. Sin embargo a los pocos minutos ya estaba preguntando nuevamente.
-Así cómo va?
Me di cuenta que no preguntaba de atenta, sino más bien de insegura. Traté de no ser muy exigente como para calmarla y para que sintiera seguridad, dándole aliento sin decir mucho. Pues al fin y al cabo yo no era un cliente muy exigente y pronto vendrían otros que sí, entonces había que ensayar mientras se pudiera.
Luego de varias preguntas más, tuve que conducir un poco más el corte, un poco más de lo que a mi gusto tiene que conducir un cliente, pues existe un orden establecido de la libertad para conducir el destino del pelo por parte del cliente y por parte del peluquero. Ese margen de acción se establece entre ambas partes y es dinámico y no absoluto, dependiendo de las partes involucradas, margen que se establece por lo general con las primeras preguntas y queda determinado por el resto del corte y hasta una próxima sesión.
Me encontraba entonces encaminando el corte de pelo sin saber nada sobre la materia y al cabo de unos minutos ya estaba saliendo por aquella puerta, con menos pelo y más liviano, pensando en el mundo de las peluquerías, en su negocio, en sus códigos y dejando atrás de la picazón un poco más de pelo para que la niña que aún estaba revolcándose en el piso esperando a su madre, pudiera jugar con un pelo distinto, un pelo ondulado, de hombre y de alguien que no sabe ni sabe expresar lo que no sabe, aunque tenga curiosidad por un mundo que sabe que no será el suyo pero que sin embargo, por curioso que es, le gustaría saber un poco más, aunque sea para burlarse de lo que no sabe o que no supo en algún momento.


1 comentario:

  1. Se me ocurre que para la próxima consultes con S. A lo mejor se le ocurre algo que solucione tu tema.

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