sábado, 29 de mayo de 2010

Está todo cocinado...

Escena 1.
A dos cuadras de la estación de subte de Takoma, en Washington DC, subo las escaleras de piedras inscrustadas en ese pasto que ya toma color primaveral, toco la puerta, entro al hostel, apunto mi nombre en la planilla que me entregan y al fiscalizar mis datos, la dueña me dice que falta anotar mi país de procedencia. Le digo Uruguay, me mira con cara extraña, no extrañado de su extrañez procedo a explicar mediante una frase de cassette que Uruguay es un país en Sudamérica entre Argentina y Brasil, y para mi sorpresa, su sorpresa no era la rareza del nombre de mi país o la completa ignorancia del mismo, sino por el contrario la entera familiaridad que tenía con el país con nombre de río. De hecho, me cuenta que en el hostel está viviendo hace unos meses un uruguayo artista, me dice que en este momento no está pero que pronto me lo presentará. Subo, dejo mis cosas en mi habitación compartida con un alemán, una keniata y una finlandesa, y paso al baño para darme una ducha. A la salida me encuentro con la keniata y me cuenta que está viviendo en el hostel también, buscando trabajo y que mañana se levantará temprano para ir a una entrevista. Enseguida me doy cuenta que este es un hostel distinto y ella me comenta sobre el artista uruguayo que vive allí. Minutos más tarde llega L. S., uruguayo, montevideano, del buceo, y allí en Takoma, Washington DC, pasa a ser el primer uruguayo que veo desde hace 3 meses, esucho su "ta", "che", "bo", "aguantá", como un guiso preparado con una carne que consigue a menudo y me cuenta sobre su vida en España y sus últimos 7 años en Estados Unidos. Me cuenta que hizo infinitos trabajos, desde limpiar las calles de nieve hasta montar su taller artístico junto con otros latinos. Me entrega su tarjeta, con su dirección donde se encuentran más trabajos desarrollados por él. Agradezco el gesto y guardo su tarjeta en mi billetera. De nariz punteaguda, pelo largo y canoso, con dientes amarillentos y una sonrisa entreabierta, con reflejo de nostalgia y amargura, con una mirada que señala una vida dura, de una bohemia sostenida rígidamente durante años de militancia artística si así se le puede llamar, es que L. S. se sienta en ese sillón undido con la tele en el canal latino, tratando de hablarle a los presentes en un inglés precario, explicando los ingredientes de su plato como tratando de señalar que no es ningún chef sino que la vida lo llevó a rebuscáreslas y "aprender un poco de todo".
Escena 2.
Me subo al 222, interdepartamental, en la parada de Tres Cruces, rumbo al este. Pago mi boleto y diviso un asiento libre en el fondo, no sólo eso, además es el de la ventana. Hace poco más de diez días que estoy por Uruguay y quiero ir mirando la ciudad, mientras ella se pasea frente a mis ojos como una película, disfrutando de la brisa en mi cara. Quiero sentir la libertad que transmite esa suave caricia de viento en mi rostro mientras cierro los ojos e imagino lo que imagino. En la parada de Francisco Simón, se sube una cara que conozco. Esa nariz ya la vi. Se quiebra en un punto para cambiar de dirección y hacerse más ancha. Ese pelo canoso me suena conocido. No puede ser. Creo que el estruendo citadino y el aire con gusto a caño de escape me están afectando. No puede ser. Seguro que la llegada me está afectando y ahora la cosa se pone peor, imaginando seres que seguro no son lo que parecen ser. No puede ser. Debe ser que estoy extrañando, que no me adapto del todo a la vuelta y comienzo a delirar. Realmente es lo que parece que es? Sería demasiado. Indicaría que está todo arreglado. Ya no creo en las coincidencias, evidentemente, este tipo no me lo tropiezo dos veces en la vida con tan poca distancia en el tiempo, y de esta manera. Realmente no puede ser. Me mira, lo miro, me mira, lo miro otra vez. Veo que me ve desconcertado y no se da cuenta de lo que está sucediendo. No se da cuenta que está todo arreglado. Me levanto de mi asiento y con mis ojos clavados en su mirada, le digo.
-Te puedo hacer una pregunta?
-Sí, cómo no.
-Vos sos artista?
-Sí
Responde con naturalidad y cierta ansiedad.
-Viviste como 7 años en Estados Unidos?
-Sí
Esta segunda respuesta ya fue con algo más de curiosidad, como tratando de descifrar lo que se vendría.
-Te acordás de un uruguayo, con el que charlaste en un hostel de Takoma, en Washington DC?
Abro mi billetera y saco su tarjeta. La ve y no lo puede creer. Íbamos a la altura de Mariscala, cerca de donde se instala Beto Carrero y esa tarjeta había viajado miles de kilómetros, desde el norte de Estados Unidos, pasando unos meses en el estado de Alabama, para tomarse cuatro aviones y parando en Huntsville, Atlanta, Miami, Bs As y finalmente en Montevideo. Había sobrevivido a mis primeros días en Montevideo. Había andado en bicicleta por 18 de julio, había estado por varios barrios de la capital, había estado presente cuando mi hermano dijo lo que dijo y había transitado caminos cercanos al amor. Ahora esa tarjeta, con su nombre inscripto, viajaba a unos 50km/h en un interdepartamental montevideano con un destino que podía cambiar nuevamente. La capacidad de asombro, ésta vez, me superó, dejándome un extraño esepticismo frente a las casualidades, bajándome el grado de confianza con las causas e inclinando la balanza con la teoría del destino. Es posible que nunca más lo vaya a ver pero lo vi por segunda vez y eso alcanzó para dejar ese mensaje que estaba esperando.

4 comentarios:

  1. wow! q genial.
    las casualidades no existen, es algo q tengo claro hace tiempo y poca gente lo entiende.
    a cada persona que conozco le digo lo mismo, tenía q darse en el momento y el lugar indicado, por más corto que haya sido el encuentro. Algo vas a aprender de esa persona, te juro! buscalo ahora!

    (estreno comentarios de bloggera)

    ResponderEliminar
  2. jajja...buen estreno
    seguro, las casualidades no existen.
    Hay cosas que están arregladas, totalmente cocinadas

    ResponderEliminar
  3. Hubo un tiempo en que me debatia entre si todo era casualidad, una suerte de aleatoriedad de hechos, o si, por el contrario, todo se correspondía a un destino particular...encuesté a todos los seres conocidos de la vuelta, y no llegué a nada....creo que la vida es parte y parte, yo me inclino por una proporción mayor de destino que de azar. Y este tipo de hechos iverosimiles ponen en tela de juicio la suposición con que cada uno vive, aunque no sea de forma inconciente.Seguro que todos tenemos un par de estas anécdotas, que convierten en fábula la tragicomedia de la vida diaria....

    pd: me alegro q no haya muerto el blog!

    ResponderEliminar
  4. amazing!!!
    Yo tampoco creo en casualidades, nunca lo he hecho...siempre las cosas pasan por algo y no hay que pensar en el "¿por qué?" sino que creo firmemente que hay que preguntarse por el "¿para qué?"...

    ResponderEliminar