sábado, 29 de noviembre de 2014

Mosquitencia

Hace unas noches, era una de esas noches de calor, calor húmedo, en las que cuesta dormir y más aún cuando me di cuenta que me había pasado toda la tarde estudiando tomando mate, daba vueltas en la cama y cada vez eran menos las partes frías, daba vuelta la almohada, me ponía de costado, del otro y no había caso, cualquier parte de la cama me daba calor, es ahí cuando tocás la pared y decís Amén. En esas circunstancias conocí al mosquito valenciano. No lo vi, solamente lo escuché, primero lejos, luego cerca, se paseaba zumbando por mis oídos. Fue ahí que me acordé de los mosquitos bolivianos y su caracterización tan distinta de lo que se escucha, ve y se "enroncha" en Uruguay. Aún no puedo decir mucho del mosquito valenciano porque se presentó misterioso, zumbó tímidamente un rato y luego tuvo misericordia y me dejó dormir. 

Un mosquito en Uruguay, te arrebata, te zumba en el oído y ya sabés que sos boleta, te enloquece, te hace un juego sicológico abrumador y generalmente te termina ganando, te dormís en la resignación, con la imagen del día siguiente con una roncha que ocupa la mitad del cachete, apostando el número de picaduras (tarascones) que vas a tener cuando despiertes, pero sobre todo es un mosquito que marca su presencia, que grita y muerde, pero que dice donde está y que vino para quedarse, es un rapiñero.

Un mosquito en Bolivia, al menos en la zona del río Piraí, en los anillos de Santa Cruza de la Sierra, es un ser distinto, una especia que busca su recompensa pero no atosiga al oponente, no lo destroza sicológicamente con un zumbido intermitente que se acerca y se aleja de manera alternada generando un doppler de ambulancia como lo hace el mosquito uruguayo. El mosquito boliviano es diferente, se esconde, se mantiene quieto, casi sin mover el cuerpo, cuando viene una brisa apreta sus mosquito-músculos para evitar cualquier sonido, y cuando su presa está desatenta la mastica con fervor, la exprime, pero siempre atento al estado de consciencia de su víctima, disfruta de su bocado. En definitiva te agarra desprevenido, ni te enterás y al otro día la roncha más chica puede ser del tamaño de una palmera, el tipo tiene las Amazonas ahí ahí, es un punguista.

Un mosquito en Valencia, por lo pronto es un sobreviviente, porque no se ven muchos y más ahora que se viene el invierno, cada vez menos, pero existen, invisibles, están al acecho, esperando que venga de nuevo ese calor de la costa blanca, para prepararse y atacar cuando su presa no esté atenta, completa el equilibrio entre punguista y rapiñero, pero como digo no puedo decir mucho aún, pues no lo vi, solamente lo escuché y de manera lejana, quizá lo soñé.



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