sábado, 1 de enero de 2011

Gran Descubrimiento

Del Parque Batlle, a mi abuelo dentista, luego de Fbook a Luka Floyd de Montenegro, de ahí a Parov Stelar-Dark Jazz, de ahí a Mr. Konfuze-The sensational, de ahí a Velvet Revolver-Set me free, de ahí a Mr. Confuse-The Groove Merchant

martes, 14 de diciembre de 2010

Falso Vivo

Me levanté pensando, que a lo mejor, ese presentimiento era cierto. Quizá, si mi instinto no estaba fallando, la sentencia sería lo que creía: Cacho Bochinche no era en vivo.
Prendí la tele y comencé a buscar elementos que pudieran asegurar algo, ya fuera a favor o en contra de mi postura, a la que por motivo alguno, no científicamente demostrado, sino más bien por una cuestión sentimental, era la postura que no elegía con toda seguridad, pero que en caso de ser necesario, en caso de tener que arriesgar, en caso de tener que tomar una decisión sin marcha atrás, sería la que elegiría.
En resumen, Cacho era un presunto tramposo y eso había que derribarlo o por el contrario apoyarlo y en este último caso, hacer de este hecho un motivo de lucha y denuncia.
Luego de varios minutos, llegué a la conclusión que Cacho Bochinche no era en vivo, sino que era grabado, más aún, grabado en los años 80´. Estaba claro, hasta a los payasos los atropeya el estilo de la moda y es fácil diferenciar un payaso de los años 60´de uno de los años 80´o de la década de los 2000.
Esto traía muchas implicancias. Esos niños no eran niños (hoy). Sino más bien, fueron niños en el momento del "falso vivo" (como todos lo fuimos en algún momento) y ahora seguramente sean mayores que yo, y ya ni rastro tengan de los regalos que recibieron de las empresas de la época por aquél juego ganado o perdido. Seguramente sus padres, que parecen jóvenes muchachos, hoy tengan varias décadas más y todo lo que los años traen además de la experiencia.
Luego de haberlo comprobado, hago difusión de los resultados y hago pública la denuncia: esos niños ya no lo son, ya no corretean ni se hacen pis de risa, sino por el contrario, lo están haciendo sus hijos por ellos, mientras ven a sus padres en esa caja luminosa, congelados y atrapados herméticamente en una cinta que quedó tirada en algún rincón de la calle Enriqueta Compte y Riqué.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Il grande starnuto

Era primavera, eso seguro, pero fue hace años. Seguro primavera porque había pelusita, de la de los plátanos montevideanos y esa pelusita fue la que desencadenó todo. Esa pelusita fue el maldito aleteo de mariposa que causó ese desbunde de reacción en cadena.
Iba en su mosquito a motor, eludiendo pozos e irregularidades intensas de la calzada que se hacían sentir hasta la tripa y el coxis, revolvían en cada golpe el almuerzo recién ingresado y hacían tartamudear al motor que con dignidad se preparaba, tomaba aire y dejaba todo su esfuerzo en la subida, terminaba boquiabierto, de lengua afuera y con saliva seca, jadeante pero triunfador, llegando a la cima y festejando la hazaña de haber superado esa subida que de primera vista era infinita e insoportable hasta para un mosquito de los buenos. Superaba un obstáculo tras otro y se paseaba con una cadencia agradable a la vista, irradiando en su entorno una suerte de optimismo placentero, y en definitiva, de movimiento y felicidad.

Ella estaba en su árbol, deshaciéndose de ansiedad por salir y actuar, por salirse de su hogar y hacerse de sus primeros intentos. Era una pelusita adolescente, que nunca se había animado a salir de su plátano. Se estaba preparando para el arrebato hacía tiempo, día tras día tomaba lecciones experimentales sobre cómo hacer para que su intento (con altas probabilidades de ser único), fuera exitoso. Veía cómo otras pelusitas agredían a transeúntes y los dejaban llorando, estornudando y con una suerte de picazón insaciable, que hasta las uñas de un buen guitarrista podrían ser insuficientes para calmar su histeria sobre la piel. Había visto toda una generación de jóvenes polens hacer estragos en los rostros citadinos. Había aprendido de grandes maestros, y estaba claro que estaba lista para salir y hacer historia.

Dejando al lector en pie de igualdad en cuanto al conocimiento sobre la vida previa de ambas partes, podemos proceder a relatar el encuentro, que sin dudas cambiaría el transcurso de la vida de dos mundos tan alejados como cercanos en la cotidianidad.
La pelusita pudo contemplar esa cadencia agradable a la vista del mosquito a motor y quien lo conducía. La pudo apreciar desde lo lejos y supo que sería el momento indicado para actuar. Él venía con la parte del casco para la vista al descubierto para disfrutar de esa brisa de temperatura agradable que estaba trayendo una primavera esperanzadora, que marcaba el comienzo del comienzo y que indicaba que todo lo bueno estaba por suceder. Sin que pudiera pensar en los males del mundo y en las injusticias del ser humano, sin que tuviera tiempo suficiente para meditar en cuestiones profundas, sin que pudiera suceder nada en absoluto de la vida que se le tenía preparada para un instante posterior, la pelusita se metió a una velocidad indeseada, como remolino, causando estragos de terremoto, llevándose todo por delante, dividiéndose entre nariz, ojos y boca y dejando consecuencias impensadas, marcando un giro vertiginoso en su vida, llevándolo por caminos no determinados previamente. Algo estaba claro y era que la pelusita había preparado una estrategia que tenía más de un plan de contingencia y que no se trataba de simples inexpertos polens.
El conductor estornudó de corrido unas 17 veces, hasta que vio que el casco estaba complicando el flujo natural que su cuerpo estaba eliminando a causa de la colisión indeseada anteriormente relatada. Comenzó a rascarse los brazos y luego el pecho, luego empezó a hacer ruidos con su garganta, como tratando de "rascársela" con métodos aprendidos en sus acampadas en el río. Un demonio con personalidad ansiosa invadió de repente su cuerpo, y en cuestión de instantes, se encontraba en plena avenida sin camisa, llorando un vaso de lágrimas por minuto, dejando cantidades importantes de lagañas a su costado y rascándose, dejando marcas sado-masoquistas en todo su cuerpo que eran fiel reflejo de su estado de desesperación.
Pasado el momento indeseado de picazón, y luego de estornudar durante 2 horas y media a razón de 1 estornudo por segundo recordó un consejo de su abuela que decía que para parar de estornudar era necesario ponerse el dedo meñique debajo de la nariz y mágicamente el estornudo se desvanecía. Hecho esto, casi al estilo santería, desapareció instantáneamente todo tipo de estornudo y alergia relacionada. Volvió a ponerse la camisa, el casco, encendió nuevamente su mosquito a motor y procedió a continuar su marcha.
Este acontecimiento desesperante hubiera pasado inadvertido si no hubiera sido por un segundo hecho aún peor. A la mañana siguiente este indeseable evento se repitió en forma idéntica, sin diferencia alguna hasta el ingreso de la pelusita en su cuerpo y con una diferencia notoria en su reacción. Se rascó, lloró varios vasos de lágrimas pero en cada intento de estornudo fracasó. Las ganas de estornudar estaban ahí, pero el hecho no se consumaba. Las ganas iban en aumento, pero la mezcla de flujos nasales no se disponía a salir en estampida. El deseo por eliminar impulsivamente todo el contenido de su nariz subía de manera infrenable e irreversible, y era insoportable la negativa de poder concretar su voluntad, su instinto, su reflejo. Algún bloqueo inconsciente estaba haciendo que sus ganas de estornudar no estuvieran en sintonía con alguna parte de su cuerpo, de su fisiología e impedían concretar algo que ya era tan desesperante como la cantidad de estornudos del día anterior. Estaba claro. Era ese dedo meñique. Lo colocó nuevamente debajo de su nariz y pudo notar que el efecto no se revertía. Probó con el meñique izquierdo, lo dio vuelta, luego con el índice, el anular, luego boca abajo, pero nada de ello era suficiente para lograr el efecto inverso de la receta de santería de su abuela. Seguía con ganas insaciables de estornudar. Seguía con el mismo deseo y con un efecto que iba creciendo cada vez más, que no lo dejaba vivir, ni dormir, ni comer, porque sentía que en cualquier momento podía venir el gran estornudo.
Pasó días así. Pasaron varias semanas y su nariz se iba hinchando cada vez más, y conforme se agrandaba su nariz, su olfato mejoraba y su deseo exacerbado por estornudar crecía en forma irreal. Era una sensación nunca antes experimentada y en cada instante iba en aumento. Sabía que en algún momento tenía que terminar de crecer y explotar en mil pedazos, pero eso no sucedía. Pasaron varios años y ningún estornudo. Casi como si fuera su segundo nacimiento, cuando se cumplía fecha del insuceso de la pelusita, iba hasta el plátano que había sido cómplice de semejante emboscada, y saludaba, dejaba algún regalo y pedía en forma de rezo que lo dejase estornudar nuevamente. Para el cumpleaños número 10 del insuceso, se preparó durante un mes, llevó una torta inmensa y varios regalos, invitó amigos y familiares y pidió autorización a la intendencia para poner un escenario junto al árbol donde varios grupos de renombre tocaron música esa tarde. Cuando la última nota dejó de sonar a lo lejos, cuando el último acorde se desvaneció en el aire y terminaron los aplausos de los invitados, se hizo silencio y un ruido como salido de una caverna irrumpió en la celebración e hizo eco y luego el eco dejó lugar a otro silencio, ahora con aspecto de fin.
Comenzaron a salir litros y litros de su nariz. Como si una gran canilla se hubiera abierto de repente y saltara un flujo inmenso de líquido contenido durante años. Un río de estornudo invadió la noche e hizo que la corriente nasal golpeara brutalmente a los presentes, dejando inconsciente a varios incluyendo al causante del gran estornudo. Desde su plátano, la pelusita contemplaba el horripilante desenlace y con una culpa que invadía su esencia optó por tirarse a la corriente nasal y dejar su vida por aquella causa.
Es así que estornudó y nunca más usó su dedo meñique para frenar impulsos naturales. Tampoco subestimó nunca más el poder de las pelusitas militantes de primavera.

viernes, 8 de octubre de 2010

La llegada del gran paquete

Comenzaba la primavera cuando los técnicos del pueblo fueron a buscar el paquete a la estación de tren. Era el gran paquete, el paquete que todos esperaban. Los técnicos tenían el honor de ser quienes estaban a cargo de ir a recibirlo, abrirlo, estudiarlo bien y tratar de ponerlo en marcha. Hacía más de tres años que había surgido la idea y uno desde que se había encargado el paquete. Dentro de esa caja enorme, estaba lo que todos estaban imaginando, de lo que todos hacía meses que venían conversando, sobre lo que más de uno tuvo sueños en los que aparecía: ahí dentro estaba el semáforo.
Era el primer semáforo que se ponía en el pueblo y hacía meses que en las escuelas, los viajes de Colón habían pasado a un segundo plano para dedicar toda la atención a las reglas que este nuevo aparato comenzaría a imponer en esta pequeña sociedad. En los dos periódicos del pueblo, vistosas portadas dedicadas al nuevo centro de atención se podían contemplar en los kioscos de la plaza principal, donde, según lo previsto por la municipalidad, en cuestión de unos días estaría presente, como testigo principal de todos los acontecimientos del pueblo, el mencionado aparato.
Era viernes por la tarde, y como todos los viernes, desde hacía 4 meses, se estaban dictando las capacitaciones para los habitantes de avanzada edad, para que no hubiera imprevistos y todos estuvieran de acuerdo a la hora de comenzar a utilizar el semáforo.
Era sencillo:
Primero pararse con intención de cruzar la esquina de Cno. Dr. Estiris y Av. Muslino. Luego observar, de todos los semáforos colocados, (uno en cada esquina), el que se encuentra frente al peatón. Y finalmente acatarse a las reglas básicas: verde cruzar, rojo frenar, amarillo apurarse en caso de haber emprendido la marcha. Esto conducía a la lógica de estar pendiente del color de la luz durante el cruce en sí mismo y no solamente en los momentos previos. Introducía una complicación más, pero la gente estaba segura que esto funcionaría. Un aire de optimismo inundaba el pueblo.
A la hora de ir a buscar el paquete, mezclado entre los técnicos, además de los niños que asomaban con curiosidad para tener un vistazo de la novedad, había manifestantes contrarios a la postura de la municipalidad. Manifestaban su desacuerdo de volverse esclavos de las reglas de una máquina. Argumentaban que de esta forma, se estaba dando un paso equívoco hacia un camino que solamente conduciría a la explotación del hombre por las máquinas, un mundo en el que el hombre comienza a subordinarse y ser esclavo de su propio invento, pues estaba claro que luego del semáforo vendrían máquinas controladoras del sistema de semáforos y luego de ellas, máquinas controladoras de las máquinas controladoras y de esta manera un sinfín de pasos en la jerarquía de la automatización de este mundo gobernado por la abstracción. "Pues la máquina la hace el hombre y es lo que el hombre hace con ella lo que deja de hacer con su mujer" se podía leer en una pancarta que parecía desentonar con las demás.
La municipalidad estaba decidida a ganar esta pulseada. Había dejado gran parte de su presupuesto en este proyecto, que se consideraba de avanzada, y mediante el cual podría sostener una parte importante del peso de la próxima campaña electoral. Era el momento del oficialismo argumentado. El momento de ganar una campaña con hechos y no con promesas infundadas. Ahora se podría prometer con otra base, con la seguridad que una buena gestión, la gestión del semáforo, sacó adelante el pueblo, lo llevó al progreso y demostró el poder, dejándolo como pionero en la provincia, y quizá luego de otra administración más, podría llegar a estar dentro de los mejores pueblos de todas las provincias del sur. Claro estaba, que este semáforo, tenía una significancia política importante, y que habría que luchar contra cualquier impedimento.
La campaña del semáforo fue feroz. Los niños, luego de pasarse 4 horas en la escuela escuchando las ventajas del semáforo, salían a la calle y veían publicidad en las esquinas, imágenes de actores famosos cruzando por semáforos brillantes y relucientes, publicidades en la radio en las que se escuchaba al alcalde recitar las ventajas del nuevo orden, y comentarios de gente que había tenido oportunidad de viajar a la ciudad y daba notorio testimonio de la necesidad del semáforo para imponer cierto orden rumbo a la prosperidad. Ya no se hablaba de otra cosa hacía tiempo. El nivel de ansiedad llegó al punto que en la plaza principal se colocó una cuenta regresiva con los días restantes para la colocación del semáforo.
Es así que la llegada del paquete, en ese viernes de primavera, en la estación de tren de aquél pueblo, se produjo una avalancha sin precedentes, al punto que se tuvo que restringir la entrada de gente a la estación, situación que fue aprovechada sutilmente por vendedores de garrapiñada y peluqueros ambulantes que por unas monedas hacían el "corte semáforo" a niños pequeños. En un acto de populismo exacerbado, el alcalde dio la orden de que el semáforo fuera abierto ahí mismo, con el pueblo reunido, para que todos tuvieran la oportunidad de verlo antes de su colocación. Los técnicos no estuvieron de acuerdo con dicha orden y no se entendieron entre sí, en medio de la muchedumbre. Esto generó que, frente a la aparente disonancia de los referentes en cuestión ante semejante improvisación y ruptura de los protocolos establecidos, la seguridad fuera vencida y la gente se avalanchara en forma desenfrenada hacia el semáforo, abriendo el paquete a golpes y dejando el aparato al descubierto en cuestión de segundos. La euforia generalizada comenzó a transformarse y se mezcló con la ira de los manifestantes, que tomaron a golpes el paquete, se comieron las luces y escupieron los vidrios a la gente, defecaron sobre el mástil y destrozaron a patadas la base y grafitearon la carcaza de color rosado. Al cabo de unos minutos, se hizo un hueco entre la gente, con el paquete destrozado en el medio, se pudo ver cómo todo estaba terminado. La municipalidad no tenía presupuesto hecho para este tipo de casos y hubo que recaudar fondos para comprar pintura blanca y hacer una cebra, en la esquina de Cno. Dr. Estiris y Av. Muslino. La municipalidad ya tenía impresos los panfletos de las próximas elecciones, alusivos a "La Gestión del Semáforo", panfletos que tuvieron que ser sustituidos por logotipos al estilo cebra y con promesas de próximos semáforos y una campaña aún más fuerte en la "educación de las masas para la preparación del terreno para la llegada de la tecnología a un pueblo que será de avanzada, sin dudas, en próximos años."